Los Pasos Olvidados

Carmen miraba por la ventana de su habitación en el hogar de ancianos, los colores del atardecer se fundían en el horizonte, recordándole los tonos vibrantes de los vestuarios que solía vestir. A pesar de sus 80 años, el recuerdo de la danza estaba tan vivo en su mente como si hubiera sido ayer.

Una tarde, mientras disfrutaba de su ritual de mirar el ocaso, una joven terapeuta llamada Isabella entró en su habitación con una propuesta: quería introducir a Carmen y a otros residentes en el mundo de la danzaterapia. Aunque escéptica al principio, Carmen aceptó el desafío.

Isabella comenzó suavemente, enseñándoles ejercicios simples. Uno de ellos consistía en balancearse suavemente de un lado a otro, permitiendo que sus brazos siguieran el ritmo natural del movimiento. Otro ejercicio los alentaba a dibujar círculos imaginarios con sus caderas, un movimiento que Carmen encontró especialmente liberador.

A medida que las semanas pasaban, Carmen sentía cómo esos pequeños movimientos comenzaban a despertar recuerdos olvidados. Recordó los días en los que giraba libremente por el escenario, sintiendo cómo la música la transportaba a lugares lejanos y emociones intensas. También recordó la alegría de la improvisación, dejando que su cuerpo se expresara sin restricciones.

Un día, durante la sesión, la música cambió a una melodía que Carmen reconoció inmediatamente. Era una canción que solía bailar con su compañero de danza hace décadas. Sin darse cuenta, comenzó a moverse con una gracia y pasión que sorprendió a todos en la habitación. Fue un momento mágico, un regreso a su yo más auténtico.

Las sesiones de danzaterapia no solo beneficiaron a Carmen físicamente, sino que también le dieron una conexión emocional con su pasado y una nueva chispa de vida. Se dio cuenta de que la danza no estaba limitada por la edad o la habilidad física. Era un lenguaje universal del alma, que todos podrían hablar si se dieran la oportunidad.

Los otros residentes también comenzaron a encontrar alegría y curación en la danza. Juntos, formaron un pequeño grupo, compartiendo risas, recuerdos y, lo más importante, movimientos.

La historia de Carmen sirve como recordatorio de que nunca es tarde para redescubrir una pasión y que, a través de la expresión y el movimiento, podemos encontrar curación y conexión.