Soy Mark tengo 13 años.
Era el 14 de octubre, y el frío del invierno ya se empezaba a sentir en el aire. Cada paso que daba resonaba en las calles silenciosas del vecindario.
el aroma del desayuno recién preparado llenaba el ambiente. Mi madre, siempre atenta a mi rutina, me llamó con cariño desde la cocina. "¡Cariño, baja que ya está el desayuno que se enfría!"
Bajé las escaleras a toda prisa, la emoción de un nuevo día latiendo en mi pecho. Cada bocado era un recordatorio de las oportunidades que el día tenía para ofrecerme. Mi madre, con su amorosa presencia, siempre lograba infundirme un poco de calidez en las mañanas frías.
Al salir de casa, emprendí el camino hacia la escuela. No pude evitar detenerme por un momento al pasar junto al campo de girasoles que habían plantado durante el verano. Lo que antes lucía como un mar de flores radiantes, ahora mostraba su melancolía bajo la luz tenue del otoño.
A pesar de la tristeza que emanaba del campo, decidí continuar mi camino hacia la escuela. Al llegar, me di cuenta de que los mismos rostros me recibían en el aula. Aunque la esperanza de novedad se desvaneció, me recordé a mí mismo que el cambio comienza desde adentro.
Tomé mi asiento, el único que permanecía vacío. Aunque no tenía un compañero, no me sentía solo. Esta elección era mía, una forma de concentrarme y absorber cada enseñanza de manera única.
El tiempo pasó con la monotonía característica de las clases. El sonido del timbre liberador llegó como una dulce melodía, indicando el inicio del recreo. Al dirigirme al campo de juego, una voz burlona me llamó "El Cerdito de la clase". Aquellas palabras, aunque conocidas, no pudieron opacar mi determinación.
Aquél que se burlaba de mí, se aproximó con una sonrisa maliciosa. Sin previo aviso, su mano impactó en mi rostro. Las risas a su alrededor resonaron en el aire, pero no permití quebrantar mi espíritu. "¿Cuál es tu problema?" murmuré, con la voz firme a pesar del impacto.
La respuesta burlesca no hizo más que afirmar lo que ya sabía, él no entendía. La carga de sus palabras era suya, no mía. "Tú lo eres", exclamó, como si aquellas tres palabras fueran un escudo que lo protegía. Mientras los demás se retiraban, quedé en medio del cpo de juegos, enfrentando un ambiente que comenzaba a tornarse desafiante.
El día avanzó con la lentitud de una maratón. El sonido del timbre anunció el final de clases y, con él, la promesa de un nuevo comienzo al día siguiente. Caminé por las calles de regreso a casa, sintiendo cada paso como una afirmación de mi determinación.
Fue entonces, mientras cruzaba por el campo de girasoles, que la tristeza inicial se transformó en asombro. Las flores, en su despedida, pintaban el paisaje con un estallido de colores. El amarillo vibrante danzaba en armonía con el cielo azul, recordándome que, incluso en los momentos más oscuros, la belleza puede surgir.
Esa noche, al llegar a casa, encontré una nota de mi madre junto al plato de comida: "La comida está en el refri. Te quiero". Las palabras resonaron en mi interior, trayendo consigo una cálida certeza. No importa cuán frío sea el mundo ahí fuera, siempre hay un lugar de amor y aceptación en casa.
Mientras saboreaba cada bocado, miré por la ventana hacia el campo de girasoles. La pregunta que me había atormentado durante tanto tiempo revoloteó en mi mente: ¿Acaso yo soy el problema? Aquella noche, en la quietud de mi hogar, decidí que no permitiría que las palabras de otros definieran mi valía.
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🄰🅀🅄🄴🄻 🄲🄰🄼🄿🄾 🄳🄴 🄶🄸🅁🄰🅂🄾🄻🄴🅂
Short StoryUna historia basada en un largo camino a la inclusión y la diversidad con la finalidad que todos tomemos conciencia sobre que con incluir y aceptar a alguien no estamos haciendo una grande acción simplemente estamos haciendo lo que es correcto.