Asher

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Asher

Lo cierto es que yo no estaba muy seguro de querer venir a Imperio. No creía que fuese lo mejor para nosotros, al menos no en el momento en el que estábamos, pero ver a Sasha feliz por recibir la invitación cambió mi perspectiva. Al fin y al cabo, él tenía razón: era el siguiente paso lógico a dar y seguramente nos ayudaría a ganar visualizaciones. Porque en ese momento todo se reducía a eso.

Odiaba que nuestra relación se hubiese convertido en un medio para conseguir un fin. Ya no éramos solo Sasha y Asher, ahora éramos Sasher, y no conseguía recordar cuándo había cambiado eso, pero ya era demasiado tarde para dar marcha atrás.

Tampoco tengo muy claro qué esperaba cuando decidimos venir a Imperio. El final que más probable se me antojaba era que acabásemos cada uno por su lado. Estaba seguro de que Sasha me odiaba, y cuando tuvimos la primera discusión aquí dentro me quedó claro que yo era el único que pensaba que lo nuestro se podía arreglar. Fue un golpe bastante duro, la verdad, darme cuenta de que la persona con la que llevo compartiendo mi vida durante 4 años ha decidido que ya no soy suficiente. Ni siquiera para ganar visualizaciones.

Pero es en este momento, mientras seguimos enredados bajo las sábanas, cuando me doy cuenta de lo irónica que es la vida. Se supone que Imperio es una competición, un lugar donde las relaciones se vuelven más frágiles que el cristal, y en cambio Sasha y yo hemos conseguido volver a unirnos. Se supone que Imperio es el evento del año, donde la gente viene a cumplir el sueño de su vida para llegar a lo más alto, y en cambio Sasha y yo hemos renunciado a todo y volvemos al punto de partida.

Se supone que Imperio es un lugar que sirve para destruir, pero en verdad ha sido la clave para reencontrarnos.

—Deberíamos irnos, la hora de desconexión está a punto de acabar —Sasha intenta separarse de mi pecho, pero apenas lo consigue pues lo vuelvo a aprisionar provocando que se ría suavemente.

Cuánto había echado de menos ser el culpable de esa risa. No la que da cuando las cámaras están encendidas, no esa que es tan perfecta que no entiendo cómo la gente no se ha dado cuenta de que no es 100% real, sino esa que nace en su pecho, esa que es profunda y a veces hasta le hace terminar tosiendo.

—Según mi visor aún nos quedan tres minutos y medio.

—¿Y quieres que nos vean vestirnos? —Me respigo al notar cómo su nariz roza mi clavícula izquierda y lo aprieto un poco más fuerte.

No, la verdad es que no me hace ninguna gracia que la gente vea a mi novio desnudo, pero tampoco quiero soltarle. Puede ser un pensamiento estúpido, sé que lo es, pero tengo la sensación de que si lo suelto, todo esto habrá acabado. Tengo la sensación de que si nos levantamos de esta cama y enfrentamos las consecuencias de nuestra decisión, algo se va a volver a romper entre nosotros. Al fin y al cabo, nuestra relación lleva rota meses y aún tenemos muchas cosas de las que hablar, así que querer disfrutar un poco más de esta tregua no me parece ningún delito. Y si lo es, que me detengan, porque llevo demasiado tiempo escondiendo el querer a alguien que una vez lo fue todo, que no ha dejado de serlo nunca, y me merezco al menos esto.

—Podemos salir envueltos en las sábanas, estoy seguro de que a los Imperiales no les importará. Y si les importa —Me encojo de hombros—. ¿Qué van a hacer? ¿Echarnos?

—A veces puedes llegar a ser bastante...

—¿Elocuente? Sí, lo sé —Ese comentario hace que me gane un manotazo suave en el pecho, pero vuelve a hacerle reír.

—Exasperante.

Esta vez, cuando intenta levantarse, no se lo impido, aunque suelto una queja silenciosa que él contesta lanzándome mi camisa a la cara. Le echo un vistazo de nuevo al visor: un minuto y todo lo que hagamos volverá a formar parte de este show. Es gracioso como en su día la idea de que miles de personas nos vieran juntos me pareció buena idea pero ahora solo consigue revolverme el estómago.

El impacto de nuestra estrella fugazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora