Sus manos calientes, el calor desprendiendo de su mirada.
Sus manos calientes y la felicidad oculta en sus ojos de perla negra. Por un momento el infinito fue eso. Un parpadeo, una sola resonancia en el eterno vacío del universo. Todo se limitó a la vastísima impulsión de las estrellas de su mirada. Sus ojos en los suyos y su voz; voz que moldeaba su nombre hasta llegar a la médula de su significado y que lo soltaba en el aire como una plegaria suave. La vida fue un segundo y el segundo fue Suguru.
Por eso cree que no hay maldición más retorcida que el amor. No existe nada más macabro y tumultuoso. El destino se ríe de ellos desde el infierno, se burla con su voz de culebra porque al final iban a terminar en eso, lo maquinó perfectamente, porque al final siempre lo supo y se negó a revelarlo, se divirtió desarrollando un amor que jamás podría trascender. El destino simplemente hizo lo que estaba acostumbrado a hacer.
¿En qué momento sus ojos de perla negra dejaron de brillar? ¿Cuándo fue que sus sonrisas empezaron a ser más forzadas, más oscuras, excesivamente profundas?
No hay nada más retorcido que ese fulgor en el vientre que no evoluciona en nada y que aumenta como una reacción en cadena por la médula ósea.
Al final estaban destinados a eso.
-¿Cómo fue que terminamos así?
Una nueva disyuntiva muerde el núcleo de su esencia. Perfora su órganos internos. Lo reduce a nada. Lo mejor para todos era que Yuuta lo matara. Tenía que morir, y él no tenía la fuerza para hacerlo. No podía matar a su mejor amigo, no podía levantar los dedos delante de él y murmurar un color mortífero. No pudo, no puede. Y por un momento desea detener todo, crear un infinito entre ellos dos, una eternidad para solo mirarse los rostros y decirse todo aquello que no pudieron por orgullo.
-Háblame fuerte, háblame con palabras, explota mis oídos con sílabas conjuntas, con oraciones sin final. Háblame, Suguru. Dime la verdad.
Pero es un deseo vano, inútil, imposible, y por eso piensa que lo mejor fue que Yuuta lo matara. Alguien tenía que hacerlo, alguien debía detener esa locura, ese desenfreno cruel. ¿En qué se había convertido? ¿En qué momento todo cambió?
Su voluntad se diluye, suelta una pregunta que no espera respuesta y pese a todo, sus manos siguen calientes.
-Odie demasiado- le responde, aguantándose el dolor, sonriendo a medias, resignado, derrotado. Le responde apretando su mano, ejerciendo una fuerza mínima, la suficiente para saberlo con vida.
Y mientras que Suguru odiaba con todas sus fuerzas, mientras que desarrollaba una profunda repulsión por los no hechiceros, él lo amaba.
-Y yo te amé demasiado.
Se equivocó, no es él hechicero más fuerte, no puede hacer una cosa tan sencilla como es matar a un hombre herido. No tiene el valor para terminar el trabajo. Se equivocó. Y sus ojos crecen y por un momento la sorpresa se manifiesta en sus pupilas lentamente sin vida.
¿Cómo terminaron así?
•••
El amor es una maldición, pero cuando Suguru pronuncia su nombre, cuando el aire se moldea bajo el influjo de las ondas de su voz suave, siente que aquel veredicto es un error.
Ambos son los más fuertes. Cuando su manos se unen nada puede detenerlos. No hay maldiciones, no existen cuando sus palmas se unen, la una contra la otra como un espejo y rompen el reflejo para entrelazar los dedos. Son solo ellos dos, los dos más fuertes. Él y Suguru, y la voz de Suguru y sus ojos de perla negra y sus sonrisas suaves y sus labios ardientes y las cicatrices en el cuerpo y su cabello negro y largo y sus expansiones en las orejas. Suguru y un mantra que podría repetir por la eternidad y jamás cansarse.
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Take me one more time
FanfictionRecuerdan un romance que al final no pudo existir. Gojo encuentra a Geto al borde la muerte y las trabas de su relación parecen doblarse.