1

8 0 0
                                    

Tres de la mañana. Su respiración se congelaba mientras caminaba de un lado a otro cerca del boliche, aunque dejando la entrada del mismo a los patovicas. Se mantenía recto, pese a las ganas de temblar que tenía.

Su celular reproduciendo un reggaeton del año del sol lo volvió a sus sentidos, siendo una llamada de su hijo.

– ¿Qué pasa hijo? ¿Por qué llamas a estás horas?

– P-Pap-agh... -Dijo su hijo Carlos, "Charlie", desde su lado de la llamada. Respiraba pesadamente, y casi en puros quejidos si no es que gemidos.

– ¿Hijo? –Se inclinó un poco, como para cubrir sonidos externos– ¿Qué pasa?

– M-Me siento r-raro... M-Me s-agh... S-sensible... Demasiado... N-No se que me pasa... –Su voz temblaba, y se escuchaba casi sin aire.

– Hijo, tranquilo, ¿Donde estás?

– E-En mi armario...

Salió corriendo de su puesto, diciendole cuando pasaba por en frente a uno de sus compañeros que lo cubriera, pues una emergencia había salido.

«Me lo drogaron al pibe.» Pensó, sabiendo que tendría que haber cagado a piñas a los nabos de los amigos de su hijo. ¿Qué quizá decirle que llame a la ambulancia era más sabio? Pues si, pero cuando tiene frío y sueño, no le va al cien por ciento.

Abrió la puerta de su casa. El agua del grifo estaba corriendo en la canilla debilmente, y dos sillas del comedor se encontraban desordenadas; una cerca de la pared, y la otra en el suelo, ambas sin los pequeños almohadones que tenían. Había un cierto olor a quemado, más bien de algo cocinandose, aunque no podía decir con claridad.

– ¿Hijo? –Empezó a subir las escaleras. Iba a llamar a su hijo por su nombre, pero cuando estaba por llegar al segundo piso, vio la puerta de su cuarto, el primero nada más subir, abierta. Había ropa desperdigada por el suelo, tanto suya como de su esposa. El olor se hizo más intenso; olor de caramelo quemado.

Él se tensó unos segundos, pero inmediatamente entró a la habitación, asomando su cabeza primero. El armario estaba abierto de par en par, casi vacio, excepto por el inicio del rastro de ropas en el suelo. Como si alguien hubiese intentado llevarse todo de una sentada, y, como en un dibujo animado, se le hubiera caído mitad de las cosas en el camino. Se río solo al tener ese pensamiento.

Escuchó un ruido proveniente de la habitación de su hijo. Ahora se tensó, pero no para correr. Dando zancadas largas y silenciosas, se agachó frente a la cama, agarro una caja de debajo de la misma, sacando su escopeta y agarrandola firmemente.

– No me agarraron de pendejo, no me van a agarrar ahora. –Se susurró a si mismo. Se acercó al cuarto de su hijo. Feromonas dulces, muy dulces y que ninguno de sus familiares tenía, especialmente su hijo, quien era un Beta. Un Omega. Y digan lo que digan las telenovelas, en su vida se ha encontrado Omegas bravos que a más de uno hicieron cagar.

Había ruidos pequeños y constantes, mas que eran opacados con facilidad si uno caminaba normal. Simplemente rezó para que su hijo estuviera en otra parte, porque a la que él pusiera un pie dentro, quien quiera que estuviera cerca terminaría boleteado.

«Soy un alfa. Aquel que pise mi territorio y amenace a mi familia, termina como poema en braille, ¡No me rompí el lomo para que me vengan a robar unos vagos!»

Empujó la puerta y empuñó su arma, con la energía de pizzero artó de chorros que heredó de su padre. Miró a los costados. Nada. Incluso en la oscuridad del cuarto, era claro que no había nadie, pero su olfato, aunque defectuoso, le decía otra cosa. Entonces escuchó quejidos y pequeños gemidos a su derecha; su hijo, como había dicho, estaba en el ropero unido a la pared, las puertas abiertas, y con un cumulo de ropas tanto suyas como de sus padres, temblando y sudando incansablemente.

Prendió la luz. La cama de una plaza puesta contra la esquina tenía el colchón casi tocando el piso y sin las sabanas. Una almohada tirada cerca de la puerta era lo único que no era parte de su cumulo de ropas y sabanas.

Lo unico visible de Charlie eran sus tobillos, y sus medias blancas que estaban humedas. Del otro lado, parte de su pajarera negra estaba descubierta. El chico estaba constantemente inhalando aire por la nariz, oliendo la montaña más que otra cosa. Le recordó a los perros oliendo la bolsa de las compras.

– ¿Charlie? –Le colocó el seguro a la escopeta, dejandola apoyada contra la pared, cerca de la puerta. Se puso en una rodilla frente a la montaña- ¿Carlitos? ¿Qué pasa, campeón?

Le destapó parcialmente el cuerpo, pues al ser una montaña, un movimiento estilo palanca bastaba. Carlos estaba rojo y transpirando, y el olor a caramelo salió de un tirón. Era de su hijo. Mezcla de caramelo caliente y la menta de un aromatizante de autos.

Se quedó ahí, oliendo la escencia. Sintió algo dentro de su cuerpo. Siempre quería proteger y enseñarle a su hijo. Pero ahora sentía que su cuerpo entraba en modo pelear o escapar, en proteger aunque te arranquen la cabeza. Entonces otro olor.

– ... Uh, que olor a chivo. –Vió que detrás de su hijo y su cumulo de ropas, estaba el canasto de la ropa sucia. Dado vuelta y vacío, su interior también parte de la construcción.

– ¿P-Papá...? –Preguntó Charlie, viendolo por primera vez a los ojos. Se encontraba en posición fetal, y se movió un poco para verlo mejor– M-Me siento raro...

– Está bien, hijo, ¿Cómo te sientes, más en detalle?

– Eh... –Se puso más rojo, y su abrazó más fuerte a si mismo, cubriendo la mitad de su rostro– Raro... Como si... A-Ah... Como que el... Hijo d-del vecino me llama más la atención...

– ¿Qué? –Su expresión se fue, antes de fruncir el ceño– Hijo, te estoy hablando en serio estás hecho una bola, transpirando como testigo falso ¿Cómo me venis acá a hacer una confesión como esa? ¡Decimela después! ¡Estoy preocupado por tu salud, caramba!

– ¡BUENO! –Chilló, cubriendose el rostro con la ropa nuevamente, enrollado como una pelota mientras se abrazaba las rodillas. Poco después, chillidos rotos y nariz obstruida salieron de él.

– Hijo. Hijo, ¿Estás llorando?

Un sonido ahogado fue su respuesta, mientras las prendas se movían. Ahora estaba totalmente hecho una bola debajo de la montaña. El alfa suspiró, dandole unas palmadas al tope del cumulo.

– Dale dale, que te han dicho peores. –Le sacó las ropas de encima, ahora tirandolas a un costado cercano, antes de hacerlo sentar en el suelo– Vamos, dale. Hay que ser hombrecito, –Le dio una palmada en el hombro, y le miró a los ojos– ¿Estamos?

– ... 'T-Tamos...

– Ese es mi hijo caramba, ahora vení que te voy a... –Lo levantó del suelo por las axilas. El chico no tardó en empezar a patalear, soltando gritos agudos mientras abalanzaba sus puños de un lado.

– ¡No quiero! ¡No quiero! –Mientras se movía de un lado a otro, alcanzando la puerta del armario y aferrandose a la misma, antes de salir impulsado del agarre con una patada al pecho de su padre. Cayó de jeta al piso, pero aún así gateó de vuelta al cumulo de ropa, dejando solo su rostro visible. Cubrió su nariz debido al golpe, mirando a su padre, quien estaba más sorprendido que dolido por el golpe.

– ... P-Perdón pa...

Pero el hombre simplemente agarró una ojota que tenía cerca, y golpeó el suelo a unos centimetros del rostro de su hijo, quién soltó otro chillido.

– ¡Y no te doy una de verdad porque no se que carajo se te metió! –Y tiró la ojota a un costado, sacando su telefono y realizando una llamada.

– Amor, ¿Ya estás viniendo ahí del Condor?

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 26, 2023 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Primer Celo Omega [NO +18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora