El banco del parque

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Las hojas de los árboles gemían por la acción del viento otoñal. Algunas caían al suelo y su tono anaranjado contrastaba a la perfección con el verde brillo de la hierba. Las nubes cubrían el sol amenazantes de comenzar una tormenta.
El parque estaba desierto y el silencio colmaba hasta el rincón más pequeño y olvidado. Yo no sentía frío, mis manos estaban entrelazadas y reposaban sobre mis piernas mientras observaba el ambiente tranquilo. Pequeñas gotas empezaron a caer sobre mi rostro, pero yo seguía inmóvil, mis pensamientos estaban muy lejos de allí....
La voz de Dila me sacó de mis ensoñaciones.

- Señorita, debería entrar en casa, se va a enfriar- gritó desde el porche.

Sin mediar palabra me levanté y caminé en su dirección, pero algo me detuvo. La fuerza del viento empezó a incrementarse y la voz de Dila empezó a parecerme casi imperceptible. Mi ojos no conseguían mantenerse abiertos y las virutas de tierra que volaban se incrustaban en mi piel dañándome y, a la vez, haciéndome unas leves cosquillas. Intenté avanzar hacia mi casa a trompicones, pero el viento me lo impedía. Tenía miedo. Mis párpados consiguieron despegarse, la vista se abrió camino a través de la arena y observé con horror como un enorme tornado arrasaba mi casa y con ella a mis padres, a mi hermana y a Dila, mi niñera, que aun seguía en el porche. Di media vuelta y corrí sin rumbo fijo lo más rápido que pude, mis piernas estaban agarrotadas y apenas respondían a mis plegarias, mientras esa cosa me pisaba los talones y sembraba la destrucción por la hermosa ciudad de Tirambia. Coches, restos de edificios, trozos de carretera y cualquier cosa que se pudiera imaginar volaban a mi alrededor y caían produciendo un gran estruendo que hacia retumbar la tierra. La gente gritaba mientras eran aplastadas o arrastradas por la fuerza de aquel enorme monstruo. Yo seguía corriendo por la avenida Michigan cuando un autobús apagó mi mundo atravesándome y sumiéndome en la más absoluta oscuridad.

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