Ventia del sol poniente
La de los cabellos de plata,
Cenizos, como será su cuerpo si no se hundiere,
Prueba del alma tan vieja como la de la Tierra,
Joven como las flores inmarcesibles que ayer abrió al mundo.
Sin artistas para componerla y con su cuerpo aún caliente, la elegía se burlaba de Ventia.
Ventia del sol poniente...
El frío la consumía, mordisco a mordisco.
La gente bailaba alrededor de una fogata en la falda del cerro, danzando y cantando al ritmo de su marcha fúnebre; aunque todavía faltasen horas para el amanecer, para dejarla marchar a los lagos.
Mientras tanto, el mundo se despedía de su últime artista.
—¡Ventia! ¡Ventia! —Alguien, cuyos rasgos se perdían en la oscuridad azulada, se reclinó en los postes del templete que marcaban su descanso final en este mundo—. ¡Una foto, Ventia!
Ventia se giró para evitar la intrusión, usando el cabello a modo de cortina que evitase la captura.
Cenizos, como su cuerpo si no se hundiere,
Prueba del alma tan vieja como la de la Tierra
El flash irrumpió la noche y los pasos se alejaron, menos sigilosos que al subir el cerro.
Se entregaba a morir, y la insulsa gente no era capaz de dejarla en paz. Cada vez que repetían la elegía, le irritaba más la creencia de que les artistas reencarnaban a menos de que se fueran por los lagos. Ventia no tenía un alma reciclada, muchas gracias.
Las flamas siguieron chasqueando en la lejanía, rojas, anaranjadas, los colores del cabello de Forisa. Su musa, ¿dónde estaría? ¿Qué sería de Forisa sin Ventia? ¿Qué podía ser de una musa sin nadie para hacer arte inspirado en ella? Sin importar que fuera el ser más creativo que quedaba en este mundo, a Ventia no se le ocurrían respuestas convincentes.
Sabía lo que podía ser de ella sin Forisa, lo que era ya: un mar de lágrimas, que por el momento se congelaban durante el viaje de su mandíbula al piso, y caían con repiqueteos de burla. Lágrimas que, al amanecer, se mezclarían con las aguas de los lagos a los que la llevaran a morir. Al mundo del otro lado, según las creencias. Pero Ventia sabía bien que cuando une artista no tenía más que entregarle al mundo, solo le quedaba morir, se fuera como se fuera.
Este mundo era todo lo que había conocido, todo lo que existía.
Apenas alcanzó a escuchar el forcejeo cercano al templete bajo el que se despedía de la existencia. Alguien más había intentado subir a la colina a tomar una foto de Ventia y dar fe de que había estado ahí, en la enlagación de la última artista. Esta vez, le intruse no llegó a la cima. No estaba bien visto que molestaran a une artista en el preámbulo de su enlagación. Todo lo que tenían que hacer era intentarlo sin que les vieran.
La luz de la fogata alcanzó los lagos.
El agua la llamaba, y Ventia solo se resistía por el recuerdo, la marca permanente en la historia del mundo que dejaría cuando la multitud la escoltara hasta el centro de los lagos, donde sus extremidades estarían demasiado frías y cansadas para aferrarse a este mundo.
Y se despediría de la vida para siempre.
Aunque Ventia sabía que lo que había estado haciendo las últimas semanas no era vivir. No desde que Forisa le había dejado claro que era Ventia quien no pertenecía a este mundo, que Forisa no era como ella, era una más del montón.
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Más allá de los lagos
RandomEn un mundo de clones cínicos, Ventia es le últime artista. Exhausta de la soledad, y más ahora que Forisa, su musa, ha decidido que no pertenecen al mismo mundo, Ventia está dispuesta a que la lleven a los lagos donde el resto de artistas fueron a...