Capítulo 2

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Ángela


Sus ojos parecían caramelo líquido: ambarinos, cálidos y en extremo dulces. Nunca antes había visto una mirada como la suya. 

Me daba la impresión de que sonreía solo para mí, aunque debía reconocer que era una sensación un poco absurda.

El pelo, de un castaño oscuro color caoba, corto y ondulado, se veía desordenado, aunque le quedaba genial. Las facciones angulosas le conferían un carácter fuerte.

Era demasiado atractivo. Tan perfecto que solo podía ser fruto de mi imaginación, y así era: caí en la cuenta de que estaba soñando, porque me hallaba en ese estado previo al despertar, en el que uno comienza a ser consciente, poco a poco, de la realidad.

¿De dónde habría sacado yo tanta imaginación para crear un ser así de perfecto?

Parpadeé, aturdida, e intenté mover el cuerpo para sacarlo del entumecimiento. Al instante, una ola de dolor me inundó la cabeza, causándome náuseas y haciéndome olvidar a aquel chico perfecto de mis sueños. Con un gemido, contraje el cuerpo en postura fetal y llevé las manos a la cabeza para protegerla de la nueva oleada que amenazaba con sumirme otra vez en la inconsciencia. 

Por el resplandor que entraba desde el ventiluz noté que ya era de día y me horroricé: había pasado toda la noche tirada en el suelo frío del baño. Me tanteé la frente con los dedos; al parecer, me había hecho un chichón producto de la caída. 

Me tomó varios minutos levantarme y caminar con dificultad, arrastrando los pies, hasta la heladera. Saqué hielo y lo puse en un trapo de cocina para bajar la inflamación de la frente, me dirigí a la sala de estar y me dejé caer, sin fuerzas, en el sillón verde. 

En la mesita de mi derecha titilaba con insistencia la luz del contestador, avisándome que tenía cinco mensajes. 

Suspirando, presioné el botón del aparato para escucharlos. 

La voz de Facundo retumbó en la habitación con su tono culpable: 

—Angi... ¿Estás en casa? Te estoy llamando al celular, pero no puedo comunicarme. Quiero darte una explicación... No es lo que... 

Odié que me llamara Angi. ¡Sonaba tan frívolo en sus labios! Interrumpí el mensaje, pasando al siguiente llamado. 

—¡Nena! Sé que estás ahí, contes... 

«¿Nena? ¡Grr!». Volví a presionar el botón. 

—¡Ángela! Tenemos que hablar... 

Pasé al siguiente mensaje... 

—¡Contesta...! 

Siguiente... 

—No seas... —otra vez Facundo. 

En un arrebato de violencia, apreté con fuerza el botón de borrado y eliminé del aparato su voz, la que hasta hacía unas pocas horas me había sonado tan linda. No quería volver a escucharlo en lo que me quedara de vida. Todavía, al cerrar los ojos, podía ver a la rubia gimiendo arriba de mi exnovio, que por cierto parecía muy entretenido. 

Deseché el tema de mi cabeza y miré la hora. ¿Dónde se habría metido mi hermano? 

Suspiré... 

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