MI ANHELO.

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    Por un sendero de piedra iban dos sujetos impares, uno iba respirando con tranquilidad, sin duda aclimatado al infernal ambiente del lugar, en cambio, la segunda persona respira con dificultad, lógico para aquellos que no están acostumbrados a el calor emanado por la lava circundante; ambos individuos llevan cargando varias bolsas negras donde puede destacarse un ramo de flores moradas y rosas.

    Sus pasos resuenan sobre las piedritas, aquella caminata iba sin ninguna plática de por medio, ya sea por el lugar donde se dirigen o que resulten innecesarias las palabras para entenderse.

    Por un momento uno de los dos se detuvo, haciendo que el otro también parará, sus ojos miraron directamente al segundo, era obvio el significado, solo sonrió y fue a sentarse fuera del camino, el otro sujeto simplemente lo veía de reojo, sabiendo que en ese lugar no había nada nocivo.

    El no veía el paisaje, lo despreciaba todo, no, siendo precisos, odiaba esa isla, si fuera por él, carbonizaría el lugar, cualquier mínimo perímetro del sitio desaparecería, sin embargo, no se atrevía a tocarlo, era está tierra estéril, muerta y repleta de lava la isla donde ella descansaba, profanar el lugar sería como profanar su descanso y eso, ciertamente no era capaz de hacerlo.

    Cerro un rato los ojos, se encontraba caminando en silencio por ese mismo sendero con una joven rubia, menuda y de rasgos infantiles, su corazón siempre revoloteaba cuando estaba con ella, el tiempo era rápido, acelerado y frenético, resultaba tan sencillo pasar horas oyendo su agraciada voz, ver el movimiento de esas pequeñas manos –tan magulladas– al hablar, como esos hermosos ojos como las esmeraldas resplandecían al oírle decir cómo era su tierra natal, su amado Japon.

    Suspira con el corazón dolido, si tan eso ella hubiera podido conocer la calidez de una buena sopa, una mullida cama, el calor de las personas que se preocupen sinceramente por ti, ella, esa hermosa niña que únicamente conoció la maldad del mundo, y apesar de eso jamás llegó a odiar, sino que simplemente se resignaba a su destino con una sonrisa que hasta la actualidad le atormenta.

    Una mano golpea en su espalda dando consuelo, al voltear un chico castaño le devuelve mirada, sus rasgos tan similares a los de ella le causan un poco de malestar, pero con una sacudida de cabeza se deshace de esos pensamientos.

    Los dos sujetos retoman camino sobre la escarpada colina, en la cuna de esta un bello prado con flores y verde césped le dan la bienvenida, al sujeto que vivió por una gran temporada en este lugar le sorprende ver tanta flora, pero al segundo le impacta ver cómo algunas plantas logran sobrevivir ante el infernal clima del lugar.

    Ninguno dice nada, pero hacen los movimientos coordinados, evaden a las flores para llegar un poco más adelante, donde una cruz cerca del precipicio se logra visualizar.

    Ambos al estar frente a ella se arrodillan, dejando las bolsas que cargaban, dan sus respetos y vacían los contenidos de la bolsa.

    De esas bolsas salen flores y postales con fotografías de partes de todo el mundo, también se logran ver envases de comida japonesa, e incluso en una de ellas se ve una muñeca de trapo.

    Ambos al ver el contenido vaciado se dan una mirada, el chico castaño sonríe con ternura, se levanta y sacude la ropa, jalando las bolsas vacías con él.

    – Hermano, me retiro, ya te ayude al traer esto– observa un poco la tumba y continua su diálogo–, además, creo que querrás hablar un ratón con la joven Esmeralda, entonces, te dejo hablar con ella tranquilo– una sonrisa sincera abandona los labios del joven, sin esperar respuesta se retira del lugar, por el mismo sendero por el que llegaron ambos.

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