Capítulo 8

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Tenía sus ojos cerrados. Desorientado, soltó un gruñido por la cantidad de sonidos que escuchaba: una trágica noticia, el sonido de los coches, las voces de los vendedores ambulantes y el sonido del vapor. Se giró llevándose la manta con él. Relamió sus secos labios intentando recordar algo más allá de sus sueños. El dueño del piso —bajo el argumento de la nostalgia— propuso que, si iban a investigar algo, debían volver a tener esa relación especial. Empezaron esa misma noche con un poco de comida y alcohol. Cada uno se trajo algo de su casa y pidieron distintas cosas para comer. Benjamín puso varias botellas de distintos vinos, junto a algo de comida asiática. Idara llevó una botella de ginebra y otra de whiskey, pidiendo, con Alonso, varias pizzas. Él, en cambio, cogió los botellines de cerveza que tenía en casa.

—¡Venga, arriba! —gritó Idara quitándole la fina manta que lo cubría— ¡Y espero no oír ningún otro gruñido!

Soltó un suspiro a la par que se frotaba los ojos. Sentía su espalda totalmente rígida, cogida por el sofá que tuvo que compartir con Idara hasta más de la mitad de la noche. El empalagoso olor de los gofres llegó rápidamente a su olfato, seguido del chasquido del aceite caliente. Se sentó, estirando su espalda hasta escuchar ese crujido satisfactorio al que estaba acostumbrado por la inmensa cantidad de horas que pasaba delante del ordenador.

Miró todo su alrededor. Las botellas vacías habían desaparecido, junto a los envases —algunos llenos— de comida. Aunque la organización seguía siendo la misma a la de anoche, las mantas y cojines que se fueron acumulando con el paso de la noche tampoco estaban allí. Ambos chicos estaban en la pequeña cocina abierta, discutiendo sobre si el otro había invadido su pequeño trozo de encimera. Benjamín hablaba en un tono bajo, poniendo una mueca de dolor cada vez que Idara respondía.

—Espero que te hayas tomado algo para esa resaca —comentó levantándose.

—Sí, lo hice —afirmó poniendo un poco de masa en la gofrera—. Y yo espero que te siga gustando desayunar cosas dulces.

—¡Y menos mal que yo te di esa aspirina! —exclamó la chica poniendo un poco de guacamole en la tostada.

Alonso soltó una pequeña risa al ver la cara de dolor del más bajito.

Las cortinas seguían aún cerradas y las persianas a la mitad. La calefacción estaba puesta, quizás un poco más fría de lo que a él le gustaría. A pesar de todo, no era el lugar oscuro y cálido en el que él solía vivir. Entraba la cantidad justa de luz para dejarlo dormir, y estaba lo suficientemente caliente para estar tan solo con unos pantalones.

La noche fue bastante extraña. Él e Idara empezaron con algunas cervezas; Benjamín con una copa de vino tinto. Con el paso de las horas, todo se volvía cada vez más relajado. Empezaron discutiendo sobre arte, recomendándose entre ellos varios artistas. Después del quinto botellín, y la primera botella de vino, pusieron una relajante música lofi, que acabaría siendo, algunos minutos después, famosas canciones versionadas a un estilo lofi con Idara y Jamón cantándolas. No estaba muy seguro de cómo acabaron abriendo la botella de ginebra, ni de como acabaron haciendo la típica competición de adolescente de haber quien aguantaba más —saliendo él campeón—, ni mucho menos cuando acabaron viendo una película de cada género.

—Perdón por vomitarte la sudadera. —Alonso asintió restándole importancia. Con tan solo ver el estado de Benjamín con apenas dos copas de vino, sabía que tarde o temprano llegaría a pasar.

—¿Sabéis donde queda Santa Clara?

—¿Santa Clara?

—Soñé con que nos metíamos en un cobertizo y había una placa que ponía eso —explicó brevemente.

Su idea era ir allí. Ver si había algún rastro de la multitud de personas que se reunían cada fin de semana. No necesitaba ayuda de ninguno de los dos, podría ir solo perfectamente si supiera la ubicación. Tampoco quería estar acompañado. Anoche el alcohol lo solucionó, pero no sabía hasta cuando iba a poder estar interactuando con dos personas más sin la necesidad de buscar su oscura y caliente casa.

Ambos se miraron por unos segundos. Benjamín siguió comiendo su gofre con crema de cacahuetes, esta vez con la mirada totalmente baja. Idara dejó su tostada con guacamole y huevos revueltos en el plato, limpiándose con la servilleta de tela.

—Es un viejo recinto de mis padres —comentó dándole un sorbo a su café solo—. Tengo la llave y todos los documentos. Lo alquilaron a una sociedad.

Alonso asintió, llevándose a la boca el último trozo de gofre. Iba a depender de ellos más de lo que a él le hubiera gustado. Al menos en esta ocasión iba a necesitar a la chica. Podían quedar cualquier día que tuvieran libres —a él le daba igual—, intentar quedarse el tiempo suficiente para poder desvalijar todo el recinto, o sacar toda la información que encontrasen. Los documentos que tenía la pelinegra eran, aunque bastante leves, un buen comienzo.

Por otro lado, podía sacar varias informaciones valiosas. La primera era qué, si Santa Clara era un lugar alquilado, el segundo recinto también lo sería. La hipótesis más viable era que si un día saliera alguna identidad, noticia o cualquier cosa que pudiera ponerlos en el ojo público, la relación con Santa Clara y la Organización fuera difícil de captar. Siguiendo la hipótesis y los antecedes, seguramente hubiera muchas más ubicaciones anteriores. La segunda era que la sociedad —seguramente fantasma— tendría algún que otro vínculo con la Organización.

Para su suerte, tenía algún que otro contacto que le debía un gran favor. Además, contaba con varias ex-novias con conocidos valiosos a las cuales podría llegar a chantajear.

Si todo salía tal cual él había pesado, en poco tiempo tendría, al menos, información sobre esa sociedad fantasma. Lo único que le faltaría sería saber si la Organización seguía una línea de sangre o le complicarían su trabajo.

La fiesta de las máscarasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora