El comienzo del final.

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Abro los ojos.
Mi pupila se contrae al recibir tanta luz de la ventana. Aunque todo lo veo gris.
El techo blanco se cierne sobre mi y parece preguntarme si hoy me voy a levantar. Como todos los días. Me tomo un momento para pensarlo.

Una voz se oye desde el piso de abajo, enseguida reconozco la voz de mi madre llamándome para desayunar y, sin ánimo, usando toda mi fuerza de voluntad, me levanto y salgo de ese zulo. No sin antes ponerme una sudadera que tape mi cuerpo.

- ¿Has tenido frío esta noche también? - pregunta mi madre al verme.
- Sí – respondo mientras tomo asiento en la mesa. Realmente he pasado calor, mucho calor.
- Te subiré la calefacción otra vez…

Un bol de leche con cereales, cereales con chocolate, son mis favoritos. Cojo una cucharada y me la llevo a la boca, donde mis papilas agradecen el sabor. Otra cucharada, mi mente comienza a vagar en pensamientos. Tercera cucharada, no llega a mi boca, solo me quedo mirando mientras mi cabeza, sin poder controlarla, entre tanto ruido me pregunta si realmente tengo hambre, si realmente esos cereales son mis favoritos, si estoy segura de que no engordan, porque si engordan… si yo engordo, se reirán de mi y me humillarán.
- Ya lo hacen - me recuerda mi cabeza.
¿Eso significa que ya estoy gorda? Aunque eso no creo que le importen a los profesores, tal vez sí, pero ellos dicen que soy inútil. Sí también soy inútil. Me lo repiten mucho y no paro de hacer cosas que lo confirman, más bien, no hago nada. Soy una vaga, como dice mi madre, porque me paso el día encerrada en mi habitación, ya no salgo con mis amigos. ¿Seguirán siendo mis amigos? Creo que ya no puedo llamarlos así, he visto como me miran a veces y, aunque siguen tratándome igual, creo que se ríen de mi a mis espaldas. Sí, eso explica porqué me miran así.

Dejo caer la cuchara en el bol, salpicando todo el líquido en la mesa mientras yo me dirijo a mi cuarto lo más rápido que puedo.

- Pero, oye, vuelve aquí, ¿ves lo que has hecho? Eres una inútil – me grita mi madre desde la cocina.
Sí mamá, lo se.

Cierro la puerta tras de mi y deslizo la espalda por ella hasta quedarme sentada en el suelo, sin entender nada, mirando fijamente a la pared que hay frente a mi.
Una lágrima se aventura a caer primera. Después otra. Otra más. Y otra. Otra. Y sin darme cuenta estoy llorando otra vez, sin entender porqué. Mi cuerpo se controla solo. Mi cabeza vaga sola entre ruido, mucho ruido, gritos, susurros, sonidos fuertes, sonidos suaves. Y solo reconozco los insultos que ya estoy acostumbrada a escuchar.
Muévete, corre, grita, llora, me pide todo mi cuerpo. Y, de nuevo sin control alguno, me levanto rápidamente y me dirijo a la pared de enfrente. Alzo el brazo hacia atrás y antes de que pueda pensar el las consecuencias, mi puño impacta fuertemente contra la pared haciendo caer unos libros que tenía en la estantería sobre mi. Las lágrimas no paran de brotar y mi cuerpo comienza a temblar. Mi mano empieza a sangrar por un pequeño corte provocado de pegar a la pared de gotelé.

- ¿Qué ha sido ese ruido? Como hayas roto algo te vas a enterar – oigo a mi madre gritarme desde abajo.

- No mamá, solo han sido unos libros.

- Pues déjate de esos libritos tuyos y baja a comprar.

Solo me sale un suspiro mientras, sin otra opción, me comienzo a preparar para salir. Me quito la sudadera y me miro al espejo. Decenas de moratones pintan mi cuerpo de todos los colores. Y de rojo los cortes de mis brazos que me recuerdan las pocas opciones que tengo. Me quito los pantalones, más de lo mismo.

Me doy la vuelta antes de ponerme de nuevo a llorar y me pongo lo primero que cojo de la cajonera.

Cojo el dinero que me ha dejado mi madre con la lista de la compra y salgo de casa antes de que pueda decirme algo de mi ropa.

La Puerta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora