Capítulo 1.

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Era inevitable.

¨Agradecemos su interés... después de revisar su solicitud, hemos decidido proceder con otros candidatos...¨

Cerré la computadora de golpe mientras soltaba un gruñido.

Rechazada.

Este era el décimo trabajo al que aplicaba y fallaba de manera miserable desde que me obligaron a renunciar. El simple hecho de recordar esos días me llenaba la garganta de bilis, y las lágrimas que me había obligado a no derramar amenazaban con salir contra mi voluntad. No pude evitar recordar las palabras que me susurró aquel bastardo aquel día:

¨Arruinaré tu vida. ¨

¿Lo había dicho en serio? ¿Es él la razón por la que las empresas me rechazan o era porque no era lo suficientemente buena?
Miré la hora en mi celular; marcaba las ocho y media de la noche.

—Mierda —maldije por lo bajo, se me había hecho tarde. Otra vez.
Había estado demasiado ocupada deprimiéndome que olvidé por completo la cita de esa noche. Me levanté de la cama haciendo a un lado mi laptop con cuidado y miré a mi alrededor.

«Que desastre».

Había montones de ropa por todos lados: sucia y limpia; zapatos, carteras... libros sobre el escritorio, en el piso, la cama... ¿desde hace cuánto no limpiaba mi habitación? Daba igual. Limpiaría más tarde. Tomé un cárdigan que sobresalía del montón de ropa que estaba en el suelo y las primeras botas que encontré. Amarré mi cabello en un moño despeinado y salí a toda prisa del apartamento.
El aire de Nueva York tenía un frescor revitalizante, mezclado con el inconfundible bullicio que nunca descansaba del todo. Caminaba a paso lento, los tacones de las botas resonaban contra la acera mientras las luces de la ciudad creaban destellos en el pavimento mojado por la reciente lluvia. Las luces de los coches pasaban fugazmente a mi lado, pero mi mente estaba a kilómetros de distancia.
Al cruzar la calle, me detuve un momento para mirar el escaparate de una tienda cerrada. Los maniquíes parecían observarme con una indiferencia que me hizo sentir vulnerable. En ese momento era un torbellino de emociones y no pude evitar sentirme perdida, hasta que la entrada de la cafetería apareció a la vista. El letrero de neón parpadeaba con la calidez de un hogar conocido, y a través de las ventanas, pude ver a Aiden sentado en nuestra mesa habitual, con dos tazas de café ya servidas.
Mi corazón se aceleró un poco. Su cabello negro le caía en cascada sobre los ojos, que miraban con interés el móvil, por lo que no parecía haberse dado cuenta de que yo estaba fuera, mirándolo de una manera tan descarada. Como siempre, venía directo del trabajo; aún vestía uno de sus tantos trajes hechos a la medida.
Al entrar, la campanilla sobre la puerta tintineó suavemente. Aiden se encontraba de espaldas a la entrada, por lo que no prestó atención. Esto me dio tiempo para intentar tranquilizar a mi torpe corazón y armarme de valor para encontrarme con él.

—Hey... -dije con voz suave.

—Llegas tarde—soltó él, sin miramientos—. Otra vez.

Su expresión era seria, casi distante. Tenía las manos cruzadas frente a él, y apenas levantó la vista para reconocer mi presencia. Sentí un nudo en el estómago. Mi corazón, que había estado latiendo desbocado por la anticipación, ahora parecía congelarse. Me obligué a avanzar y tomar asiento frente a él, notando que una de las tazas de café que Aiden había pedido estaba ya fría.

—Lo sé, lo siento. He estado un poco... distraída—murmuré, mientras dejaba mi bolso en la silla que estaba junto a mí.

Aiden asintió, pero su mirada estaba fija en la taza frente a él.

—¿Por qué cada vez que nos vemos vienes tan desalineada? —preguntó con tono tosco—. Sé que no tenemos los mismos horarios de trabajo, pero hace un mes llegabas menos... —se obligó a detenerse, como si estuviera pensando que palabras eran las menos bruscas para describirme. Soltó un suspiro, y continuó—. Lo que quiero decir es que siento que me ocultas algo, Gwendolyn.

Si el amor eres tú Donde viven las historias. Descúbrelo ahora