Esa mañana en particular el pequeño Billy había amanecido completamente raro; con un andar presuroso y saltitos alegres por toda la casa, tarareaba distraídamente en voz baja "Billy quiere quiere", mientras sonreía con la ternura e inocencia solamente propia de un niño de 5 años como lo era Billy.
Desde que lo había despertado para ir al colegio, Simone había notado ese pequeño detalle en su retoño, pero no le tomó tanta importancia al estar acostumbrada a las ocurrencias del menor de la casa, así que se contentó con bañar cuidadosamente al nene con el shampoo de manzanilla que tanto amaba el infante, lo vistió con su habitual uniforme de jardín de niños (mandil de pintura incluido), y luego lo acompañó al comedor, donde amorosamente le sirvió platitos con huevos revueltos, pancakes decorados, coctel de frutas en forma de animalitos y su tan preciada leche chocolatada. Billy, a gusto y con las mejillas regordetas por la comida, tarareaba incansablemente el mismo verso "Billy quiere quiere" a la vez que movía de arriba abajo sus piernitas que aún no llegaban bien al suelo. Luego de ellos, se cepilló los dientes ayudados por su mamita, tomó su pequeña mochila con su dinosaurio de peluche dentro y se despidió de su padre Gordon con un cariñoso beso de hasta al rato; Gordon no desaprovechó para recalcarle a su criatura cuánto lo amaban y desearle suerte en el jardín. Billy, con los ojos brillantes y su sonrisa de blancos dientes chuecos, le dijo "gracias papi, pero Billy quiere quiere" y Gordon, sin entender por completo, simplemente le dio un besito en el cachete y le revolvió el cabello cariñosamente.
Todo el trayecto camino al jardín el pequeño Billy mantuvo su misma frase, misma expresión de felicidad plena, mejillas ligeramente sonrojadas, sonrisa tierna y bobalicona y saltitos alegres, mientras Simone platicaba con otra madre de familia sobre un tema extraescolar. La tierna Natalie que iba junto a ellos (compañera y mejor amiga de Billy, por cierto) lo sacó de su tarareo con un suave besito en la punta de la nariz y le preguntó qué pasaba, pero Billy, en el largo tiempo que llevaban de amigos (2 meses) la ignoró y siguió su camino, logrando su primer corazón roto y un llanto descontrolado en la nena. La maestra no sabía qué hacer con ese pequeño torbellino que llevaba por nombre "Bill Kaulitz", que no solamente desobedecía sus órdenes de lavarse las manos para ir a almorzar, sino que ahora no paraba de repetir "Billy quiere quiere". En casa la situación no mejoró, y a pesar de que Simone y Gordon trataron de darle todo lo que tenían a su alcance para contentar a el pequeño Billy, se rindieron al atardecer, en el momento en que un cansado Tom Kaulitz llegaba a casa luego de una semana completa en el internado- instituto en que estaba inscrito. Con sólo escuchar la puerta abrirse y el saludo que el mayor de los hijos daba a su madre, Billy de un salto bajó del sofá donde segundos antes estaba junto a su padre viendo una película animada, dejando atrás un sándwich a medio morder, su vaso de chocolate caliente y a un extrañado Gordon. Prácticamente se abalanzó sobre su hermano mayor, que lo recibió con una gran sonrisa y los brazos abiertos, olvidando por completo su anterior malhumor. "Billy quiere quiere" casi gritaba cerca de su cara el tierno Billy, dejando confundido a Tom, quien no atinaba a descubrir aquello que tanto parecía desear su hermano menor. Decidió que lo que quería el pequeño para calmarse era un paseo en el parque, comer helado y salir de compras al día siguiente, así que, sin demora, abrazó una vez más a Billy y depositó un beso en su cabello rubio claro.
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Una semana completa había durado esa indecisión, semana en que Tom no paró de buscar y tratar de adivinar el mayor deseo del pequeño Billy, quien con cada mal suposición sólo le decía sonriendo a Tom "no, tonto, Billy quiere quiere"; Tom probó con todos los medios posibles de dar con el regalo perfecto para Billy, desde peluches de diferentes animales hasta viajes a otras ciudades. Incluso fue todos los días de la semana a recoger a Billy después de salir de clases, sin importarle mucho lo cansado, malhumorado o desgastado que se sintiera; además de romper sin remordimiento con su novia, que se cansó de que un mocoso de 5 años recibiera más atención del bombón Kaulitz que la que ella lograba conseguir de él con mucho esfuerzo, devanándose los sesos tratando de parecer más atractiva, sugerente y sensual para Tom.
Tom no era capaz de pensar en más que en la frase de Billy, tratando de descifrar ese extraño acertijo que le había sido formulado por su alma, cielo y tierra, creyendo que ese acertijo era más difícil incluso que estudiar completos los temas de la universidad a la que quería entrar; no se rindió y analizaba detalladamente cada emoción expresada por el bebé, cada palabra dicha, cada gesto, por mínimo que fuera, recordando constantemente que Billy era nada menos que su completa razón de existir, la razón por la que esperaba con ansias los fines de semana para visitarlo, su significado expresado de cariño, la personificación de la ternura, comprensión y belleza, y la persona por la que iría hasta el fin del universo si lo pidiera.
Lo llevó a centros comerciales, cines, teatros, parques, museos, circos, ferias, condados, piscinas, playas, ríos, lagos, valles, montañas, y le había comprado mascotas, peluches, recuerdos, pelotas, juguetes y regalos de todo tipo; incluso compró para ambos un conjunto de ropa similar, con pulseras, sombreros, gorros y tenis agregados, y, a pesar de que a Billy le encantaron, Tom supo que no era lo que quería realmente. Se tomaron miles de fotos en una cabina para fotos, saliendo de ella solamente porque la larga fila de afuera esperaba que ellos por fin salieran luego de casi una hora de sesión fotográfica. La habitación del consentido Kaulitz ahora estaba llena a rebosar de cuanto regalo se le hubiera cruzado al Kaulitz mayor, quien en ese momento estaba siendo regañado por sus padres por ser causa mortal de que el menor estuviera tan mimado, recibiendo sólo chasquidos de lengua por parte de Tom y frases que alegaban lo contrario, acusándolos de no ponerle suficiente atención a Billy.
Billy estaba encima de la cama tratando de leer un cuento antes de dormir cuando por fin apareció a su vista su querido hermano mayor, quien se acercó tranquilamente a su cama, se acostó a su lado y lo rodeó protectora y posesivamente con un brazo, leyéndole calmadamente el cuento, mientras de vez en cuando dejaba dulces besos en el cachete y la frente; a pesar de tan relajante situación, Billy parecía más despierto que nunca, y, Tom, decidido a hacerlo dormir, optó por bajar a la cocina por un vaso de leche caliente para el menor; al ver a Tom a punto de salir de su cuarto, el pequeño sólo pudo gritarle "¡No te vayas Tommy, Billy aún quiere quiere"; Tom se arrodilló a la altura de Billy y mientras lo miraba directamente a los ojos le preguntó aquello que en esa semana no se le había ocurrido preguntarle "¿Qúe es lo que quiere el pequeño Billy?" y Billy, por fin con una grandiosa sonrisa, ojos acuosos y pijama desacomodado se tiró encima de Tom, que sorprendido sólo pudo abrazarlo y no dejar que se golpeara al caer al suelo por semejante impacto que había recibido "¡¡Billy quiere quiere a Tommy a su lado para siempre!!", y Tom en ese momento se dio cuenta que todo ese plan fue para que él le diera más atención al infante, pues un bebe de 5 años espera demasiada atención de aquella persona a la que más ama en su vida, en el caso de Billy, su inseparable hermano mayor.
Tom comprendió que no era suficiente con que le llamara de vez en cuando, regalos dados sólo en casos especiales, ni visitas periódicas y salidas premeditadas; no, Billy lo necesitaba. No más distracciones, no más novias falsas que solamente lo buscaban por su atractivo y dinero y que despreciaran a su hermanito, ya no más. Y por primera vez en 5 años (los mismos que eran de haber agregado a su vida a Billy) Tom sintió que el eterno rompecabezas que era su vida por fin podía conectar aquellas piezas faltantes que llevaban por nombre "amor verdadero".
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Sinceramente, fue una historia que se me ocurrió de repente, un día que pensaba acerca de lo mucho que he cambiado al tener a mis hermanas conmigo. Incluso para mí es una historia muy empalagosa y dulce, pero así la imaginé, y a mí me gusta escribir exactamente lo que siento. Me basé en pequeños recuerdos que tengo cuando cuidaba a mis hermanas menores, sé que aquellos que tienen hermanos menores me comprenderán. Sin más que decir, espero de todo corazón que las historia les guste tanto como le gustó a mis lectores beta. Ciao <3.