Capítulo I

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Era un día lluvioso en Sirian, me encontraba tirado en un callejón oscuro que conectaba con la carretera, mientras pasaban por mi cabeza varias imágenes borrosas de mí corriendo por la carretera, las cuales poco a poco se difuminaban al pasar los segundos. Mis manos estaban teñidas de sangre, pero en mi confusión me preguntaba una y otra vez qué era lo que estaba pasando. Me sobé la cabeza y recordé que me tropecé con una roca de ese mismo callejón, y me preocupé por haberme preguntado; "¿Por qué estaba huyendo?" Y en ese instante me invadió una profunda tristeza, pues pensé en que la sangre que tenían mis manos era de mis padres, de quienes tenía una imagen mental estando tirados en el suelo con la ropa manchada de sangre. En mi cabeza retumbaba la misma frase una y otra vez; "¿Qué fue lo que hiciste Issac?" Y sí, ese era mi nombre, el cuál empecé a odiar con la simple idea de que pude haberles arrebatado la vida a quienes me la dieron.

Me levanté con cuidado del suelo mientras trataba de procesar la situación, pero no llegué a nada. Tampoco recordaba cuál era la razón por la que me encontraba allí, pero me sentí triste, y culpable por la posibilidad de haber cometido semejante atrocidad. Mientras estaba en mi trance, un auto de color negro se detuvo al frente del callejón, y lentamente el conductor bajó la ventana y me miró fijamente. Era mi tío Albert, quien tenía la misma expresión seria de siempre. Mi tío me llamó y me hizo un gesto para que me acercara. Fui hacia él caminando despacio mientras por mis ojos caían varias e inevitables lágrimas que reflejaban mi confusión. Me dijo que me subiera al auto, y yo sin decir una sola palabra accedí. Cuando subí me dijo:

- ¿Estás bien Isaac...?

Y yo le respondí impaciente:

- No... No tengo idea de por qué estoy en este lugar...

Mi tío sólo agachó la cabeza y aceleró el auto.

Me llevó a su casa y me sirvió una taza de café, me senté despacio y le dije:

- Te ves demasiado tranquilo, como siempre, pero tienes idea de qué es lo que me sucedió? No recuerdo muchas cosas, me caí en ese callejón en el que me encontraste...

Pero él solo me respondió con franqueza y seriedad:

- Entonces no recuerdas nada... Te lo voy a resumir, cuando yo iba llegando a tu casa te ví saliendo despavorido de ella, me pareció muy extraño, y entré rápidamente para luego encontrarme con el cadáver de tu padre y tu madre... Es curioso que convenientemente lo hayas olvidado, Isaac... Y esa sangre que tienes en las manos y en la camisa me lleva a creer que eres el responsable de lo que sucedió.

Mi tío era alguien extremadamente franco e insensible. Se atrevió a revelarme semejante suceso sin más, y mi única salida fue rendirme hacia sus palabras, pues encajaba con lo poco que podía recordar. Le dije con lágrimas en los ojos:

- No... No puede ser, maldición... Dime tío, ¿Por qué lo hice? ¿Por qué hice algo así?

Me arrodillé al frente de él y le dice casi gritándole:

- ¡¿POR QUÉ MATÉ A MIS PADRES?!

Pero mi tío simplemente me respondió con un tono frío y siniestro, mientras me miraba con ojos crueles:

- No tengo idea...

De la ira y tristeza que sentía en ese momento me mordí la lengua lo suficientemente fuerte como para romperla en dos, y varias gotas de sangre se escurrían por los extremos de mi boca. Salí corriendo de la casa de mi tío a toda velocidad, tenía tanta vergüenza y repulsión hacia mí mismo que no quería ver a mi tío a los ojos, ni a nadie realmente. Me sentía devastado, y sólo comencé a moverme por las calles sin ningún rumbo.

Cuando el cansancio me obligó a detener mi paso, recordé que mi tío tenía un perro llamado Dorian. Él vivió varios años en su casa, era un perro muy amigable, pero un día sólo se fue, probablemente por lo descuidado que se sentía. ¿Por qué recordaría algo como esto en ese momento? No tenía idea, tal vez porque me sentía triste, y en una jugada cruel del destino recordé a Dorian para que se sumara a los recuerdos amargos que merodeaban mi cabeza. Deseaba ver otra vez a Dorian, no sabía en qué podía ayudar, pero así pueden llegar a ser las personas, buscan esconder sus penas más abrumadoras con unas más leves o menos preocupantes.

Se hicieron las ocho de la noche, y yo vagaba totalmente solo por las calles de la ciudad. Mi caminar era el de alguien que lo había perdido todo, y así me sentía. Tenía frío, y mis ganas de seguir llorando provocaban que mi garganta se cerrara, haciéndome difícil respirar el helado aire de aquel día lluvioso. Los habitantes de calle me miraban fijamente, puede que hasta ellos se hayan compadecido de mi rostro, pero a la final ya no me importaba nada de eso, solo podía pensar en cómo fue que asesiné a mis padres. Imaginé mil y un escenarios posibles, traté de recordarlo mientras caminaba, pero nada ayudó. Me sentía impotente y agobiado. Se hicieron las diez de la noche y mis piernas ya no podían soportar otro paso más, no era el típico chico que le gustaba caminar.

Terminé sentado dentro de un pequeño cambuche, apenas cabía ahí adentro, y eso que solo medía un metro sesenta y seis. Me dije a mí mismo que probablemente esté corriendo peligro en ese lugar, pues recordé que esas casitas improvisadas que se veían en la calle eran hechas por esas personas despreciadas por todo el mundo por ganarse la vida de forma distinta a las demás, y en casos ilegal, aunque no tenía mucho resultado. Pero no le dí importancia, estaba cansado, solo podía pensar en cerrar mis ojos, y esperar a que llegara un nuevo día.

La vida de Isaac Donde viven las historias. Descúbrelo ahora