Capítulo 1

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Todo estaba oscuro. A lo lejos podía oír voces.

-Él viene a por ti.

-Él te busca.

-Huye.

De repente se oyó un golpe, como el de una puerta desplomándose.

-¡Corre!

No lo pensé dos veces. Parecía ir tan lento y los pasos tras de mí tan rápido... El suelo se derrumbó haciéndome caer directamente hacia el cemento. Por suerte, aterricé suavemente.

-Ya es tan tarde...

Esta vez la voz me resultó familiar... A caso era...

-¿Mamá?

Me desperté sobresaltada. Mi corazón latía a cien por hora y me costaba respirar. La cegadora luz del sol y la suave brisa de verano entraban por la ventana. Miré la hora. Las nueve. Me levanté y me vestí, luego bajé las escaleras y llegué a la cocina. Allí estaba mi madre, haciendo esas maravillosas tortitas que tanto adoraba yo.

-¿Qué tal has dormido, cariño?

-Mal

-¿Y eso?

-No importa

Parecía preocupada. Me acerqué, le di dos besos y dije:

-Simplemente una pesadilla.

Ella me miró comprensiva y, sin decir nada, siguió cocinando.

Al cabo de un rato, las tortitas ya estaban preparadas. Nos sentamos a la mesa y empezamos a desayunar. Los diez minutos que pasamos allí, con nuestros tazones de leche, fueron muy tranquilos. Desde que papá y mamá se separaron las comidas no eran lo mismo. Antes, mi padre siempre estaba haciendo algún comentario chistoso o dando algún dato científico ( o no tan científico), que hacía que pasáramos un rato divertido. Ahora, era una simple conversación aburrida sobre el tiempo, el trabajo o la noche tan larga que le habían dado a mi madre los mosquitos; o, como hoy, un total y continuo silencio. Por ello, intentaba pasar la mayor parte del tiempo fuera de casa.

Al terminar de desayunar, subí a mi habitación y pasé algo de tiempo hablando con mis amigas, las cuales estaban en un campamento al cual mi madre no me había dejado ir. Me contaron algunos cotilleos sobre las demás chicas del campamento, lo idiotas que eran chicos y lo guapo y amable que era el instructor que les había tocado. Cuando hube terminado, salí de casa y fui a Villanueva (el pequeño pueblo que se encontraba a cinco minutos de mi casa). Ya allí, entré a mi cafetería preferida, bueno, la única que había. Se llamaba La Rue, y era pequeña y hogareña; además, tenía buen café, aunque no demasiada variedad. Pedí un cappuccino y me senté al lado de Thomas, un simpático chico que había conocido al empezar el verano en ese mismo local.

-Hola, desconocido. ¿Me puedo sentar?

-Creo que aunque te diga que no, lo ibas a hacer.

-Como me conoces.

Él sonrió.

-Oye... ¿Qué te parece si mañana vamos a dar una vuelta a caballo? Podemos quedar aquí mismo y luego ir directamente a la laguna. ¿Qué te parece?

Me miró divertido y dijo:

-¿Acaso es eso una cita?

-Cla-claro que no. Yo... solo...-respondí sonrojada.

-Era broma, ¿sabes? Me parece bien. ¿Aquí a las cinco?

-Si.

De repente me sentí como una estúpida. Necesitaba irme. Me tomé el café rápidamente, miré la hora y dije:

-¡Anda, qué tarde es! Mamá me estará esperando.

Era consciente de que, además de ser la escusa más típica, decía a gritos que estaba nerviosa.

Me levanté, pagué el café y, cuando estaba a un paso de la puerta, una voz comentó.

-Esto es una cita.

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⏰ Última actualización: Jul 30, 2017 ⏰

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