Capítulo VII: El cofre

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Lugar secreto

Como había previsto, al tercer día ya me encontraba en la Zona Fuente, en donde encontraría el cofre.

Debido a que esa zona se encontraba al otro extremo de Calihan, desde que me convertí en recuperador solo había llegado a parar ahí un par de veces. En ninguna de las ocasiones tuve problemas para recuperar lo que me habían encomendado, pero por la distancia y lo expuesto que estaba durante todo el trayecto, usualmente no aceptaba pedidos de la Fuente.

El nombre "Zona Fuente" era suficiente para saber que la propagación del virus zombi se había originado ahí y estaba claro que la lucha había sido intensa en esos tiempos.

El escenario que había dejado el estallido en los distritos era inquietante y desolador: los rascacielos y edificios se encontraban parcialmente destruidos y quemados; las carreteras y los puentes yacían desmoronados; y los restos de vehículos abandonados y escombros de la calle dificultaban la movilización por la zona.

Las señales habían sido vandalizadas para advertir sobre el peligro de los zombis, y las marcas de balas y sangre en las paredes aún se veía en las calles. También había cercas oxidadas y torretas de vigilancia destruidas que rodeaban gran parte del territorio, demostrando que en un inicio los militares habían tratado de contener la propagación en esa área.

Si hubiera sido mi primera vez ahí, tal vez me habría sorprendido por la imagen frente a mis ojos, pero después de esos años de experiencia, me había acostumbrado a cosas que la gente común tras el muro solo vería en la seguridad de sus pesadillas.

El cofre se encontraba en uno de los pocos edificios que aún se mantenían indemnes a pesar del enfrentamiento. Con el mapa que me había proporcionado Niklas, llegué a la ubicación sin mayores retrasos y al identificar la estructura gracias a unas fotos antiguas, decidí ingresar por la puerta principal al no detectar movimiento en esa parte del edificio.

Al entrar, un olor nauseabundo me recibió, invadiendo mis fosas nasales a pesar de la mascada sobre mi nariz que filtraba el aire. Arrugué la frente, acomodando la mascada y después alzando la ballesta para seguir avanzando con cautela.

La primera estancia era extensa y bastante iluminada gracias a los grandes, pero fragmentados, ventanales que la rodeaban. Tanto en el medio como a los laterales se mantenían en pie algunas filas de sillas y frente a ellas el resto de unos pequeños módulos se alzaban. Probablemente aquello había sido un banco o un rascacielos que albergaba diversas empresas de alta tecnología. Avancé por el medio de la estancia, pasando por los módulos y adentrándome más en el edificio. Los pasillos estaban silenciosos y a medida que avanzaba, el eco de mis pasos resonaba tenue en las paredes. El polvo se había acumulado en todos los rincones del edificio y las telarañas colgaban entre los restos de muebles despedazados.

El vestigio de una vida cotidiana y rutina laboral se encontraba presente en cada esquina: fotografías desgarradas de empleados sonrientes, tablones de anuncios que solían mostrar eventos descoloridos y olvidados, escritorios volcados y documentos regados en el suelo con manchas de sangre en ellos. El silencio lo había consumido todo, solo interrumpido ocasionalmente por el crujido de alguna estructura inestable.

Ubiqué las escaleras al final del pasillo y me dispuse a seguir ese camino. Según el mensaje, el cofre se encontraba resguardado en una bóveda de los pisos superiores, a la que solo se podía acceder con un código de seis dígitos que se actualizaba cada minuto.

A medida que subía por las escaleras escuché unos gruñidos delante de mi posición. Mi corazón empezó a latir con fuerza, preparándose para la lucha que seguía. No tardó en llegar, apenas puse un pie en el tercer piso, detecté a dos zombis que no demoraron en percatarse de mi presencia y abalanzarse contra mí.

Espiral de la muerte | #ONC 2023Donde viven las historias. Descúbrelo ahora