Regla 7: No permitas que tu hermana se meta

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Las sábanas se me pegaban al cuerpo como un guante a una mano. El calor comenzaba a ser asfixiante a puntos extremos. De un simple manotazo aparté las dichosas sábanas y decidí levantarme de mala gana. Mi móvil comenzó a vibrar encima de la mesita de noche y le eché un rápido vistazo; el nombre de Kaleb parpadeaba en la pantalla, pero me limité a ignorarlo, al igual que había hecho durante las veintidós llamadas anteriores.

Salí de mi habitación esperando encontrarme a Maia viendo la televisión, pero para mi sorpresa la oscuridad reinaba en el salón, aunque el televisor seguía encendido con algún capítulo repetido de Mr. Bean. Me encaminaba a apagarlo cuando la voz histérica de mi hermana hizo eco en la estancia.

— ¡Venus! ¡Tienes que ver esto!

Pegué un respingo por la sorpresa y corrí hacia donde se encontraba, detrás de la encimera de la cocina. Me senté en la barra, aparté el montón de facturas y libros de cocina y apoyé los codos sobre la superficie. Le dediqué a mi hermana una mirada divertida y luego me eché a reír con ganas.

— ¿Qué haces ahí debajo, Maia? ¿Estamos en un apocalipsis zombi y no me he enterado aún? —pregunté riendo.

Mi hermana, agachada detrás de la encimera de la cocina, con un pantalón de pijama y una camiseta de Bob Esponja, sostenía un regalo perfectamente envuelto en papel de brillantina rosa y púrpura, mientras agitaba unas bragas rojas por el suelo.

De repente se puso de pie.

—Nada de eso, hermanita. Te he preparado un regalo, o más bien, un regalo para tu jefe —explicó mientras colocaba las bragas sucias dentro de la caja de regalos.

— ¿Un regalo para mi jefe? Eso me suena a problemas —comenté inspirando profundo.

Ella reclinó la espalda contra el horno y enarcó una ceja.

—Pues que sepas que tengo pensado enviárselo a nombre tuyo —comenzó a caminar en círculos a la vez que se atusaba la barbilla. De repente se detuvo justo a mi lado —. A no ser que vuelvas al trabajo y continúes tu vida como si nada hubiera sucedido.

«Chantajista»

Negué con la cabeza.

—Sabes que no puedo hacer eso, la humillación sería muy grande, Maia. En estos días he tratado de serenarme y olvidar todo lo sucedido, pero ni tú ni Kaleb me lo han puesto fácil. Él no para de llamarme, y tu insistes en que dé la cara —cerré los ojos y suspiré para llenarme de valor —. Siento que no puedo más.

Mi hermana dejó el regalo encima de la encimera y me abrazó. Me aferré a su cuello con ansias y algunas lágrimas amenazaban con salir de mis ojos. El silencio se apoderó de la cocina, pero con rapidez me separé de Maia y traté de poner mi mejor cara para no preocuparla más.

—Entiendo cómo te sientes, o al menos lo intento, pero no puedes dejar el trabajo de tus sueños, el que tanto amas, solo porque le declaraste tus sentimientos a tu jefe. No serías la primera ni la última en sentir algo por su jefe, Venus. Y yo… necesito verte bien, necesito verte tal cual eras antes, porque yo tampoco puedo más percibirte tan distinta.

Sentí que el corazón se me contrajo. Verla asi, con su boca curvada hacia abajo, sus ojos castaños ensombrecidos y llorosos, y sus hombros bajos, hacían que deseara salir de mi escondite y enfrentarme a la frialdad de Kaleb. Los ojos me escocían y podía sentir las mejillas enrojecidas. No la abracé, no podía, de lo contrario terminaría llorando a moco tendido.

—Déjame ver ese regalo, hermanita —le dije, tratando de cambiar de tema y alejar esas ganas tan inmensas de llorar.

Maia sonrió de medio lado y sacudió su cabeza. Tomó el regalo entre sus manos y lo abrió, extrayendo del interior de la caja mis bragas rojas y un sobre con lo que parecía ser una carta. Tomé el sobre y lo abrí con las expectativas muy elevadas. Comencé a leer.

10 Reglas para secuestrar a tu crush (Un Crush y varias reglas 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora