Cada día, Alex se despertaba con la monotonía de una rutina que reflejaba la frialdad que había arraigado en su ser. La alarma sonaba implacablemente a las 6:00 a.m., rompiendo el silencio de su pequeño apartamento. Con un suspiro resignado, se levantaba y se enfrentaba al espejo, observando el reflejo de un hombre cuyos ojos ya no brillaban con la esperanza que alguna vez tuvieron.

Después de una ducha rápida y sin ceremonias, se vestía con ropa que gritaba indiferencia al mundo. Una camisa sin vida y unos pantalones oscuros eran su armadura contra cualquier conexión emocional que el día pudiera intentar imponerle. El desayuno era una simple taza de café amargo, una metáfora de su propia existencia.

A las 8:00 a.m., Alex se sumía en el bullicio del transporte público, rodeado de rostros anónimos que pasaban desapercibidos. La ciudad, con su constante zumbido, proporcionaba el escenario perfecto para que él se perdiera en sus pensamientos, ajenos a la vida que fluía a su alrededor.

Su día laboral, una serie de tareas mecánicas en una oficina sin alma, avanzaba sin incidentes notables. El teclado era su única compañía mientras tecleaba informes sin vida. El reloj avanzaba lentamente, marcando el tiempo en un mundo que parecía haberse detenido para él. La pausa para el almuerzo consistía en una comida rápida y sin sabor, una extensión de la apatía que caracterizaba su existencia diaria.

Al caer la tardealex ya con nuevo trabajo se dirijio a la oficina de su jefa para gritarle que renunciaba a ese trabajo de mierda que les pagaban una miseria y no alcanzaba para comer nisiquiera murcirlago podrido perra, termino diciendo para salir corriendo del edificio y nunca volver haci llendo hacia ek transporte publico para regresar a su casa

en la noche, mientras caminaba por una calle poco iluminada después de salir del transporte público, el destino lanzó un giro inesperado a su rutina. Las sombras se cerraban a su alrededor cuando, de repente, se encontró cara a cara con el peligro. Un par de ojos codiciosos emergieron de la oscuridad, y antes de que pudiera reaccionar, una figura encapuchada le cerró el paso.

El latido del corazón de Alex, que había permanecido en un compás monótono durante tanto tiempo, ahora marcaba un ritmo frenético. Exigían su billetera y teléfono, amenazando con un filo afilado que destellaba peligrosamente en la penumbra. El instinto de autopreservación despertó en Alex, pero la frialdad que lo envolvía parecía haberle robado la urgencia necesaria.

En un parpadeo, la situación se volvió un caos de gritos y amenazas. La adrenalina impulsó a Alex a resistir, pero la desesperación del atacante se intensificó. En un acto impulsivo, entregó sus pertenencias, dejando que el ladrón se desvaneciera en la noche. La oscuridad absorbía su silueta mientras se alejaba, llevándose consigo un fragmento de la ya menguante humanidad que quedaba en Alex.

Herido no físicamente, pero sí en el núcleo de su desconfianza y desapego, Alex se quedó allí, empapado por la lluvia que comenzaba a caer. Fue en ese momento, bajo la lluvia que lavaba las huellas del incidente, que algo en él se agitó. La frialdad que lo había definido se resquebrajó, dejando al descubierto una vulnerabilidad que había enterrado bajo capas de indiferencia.

Al regresar a su apartamento, empapado y con el eco del evento aún resonando en su mente, Alex se encontró reflexionando sobre la fragilidad de la existencia. El robo, aunque un recordatorio brutal de la realidad, también actuó como un catalizador para la reconexión con su propia humanidad. Esa noche, mientras la ciudad se sumía en el silencio, Alex se enfrentó a la encrucijada de elegir entre continuar en la senda de la frialdad o permitir que la lluvia lavara las capas de desapego que lo habían envuelto. 

pensante de lo que habia pasado mike se dio cuenta que al menos tendria dinero para resistir esta semana hasta  que le pague

mike se durmio este suceso traumatico habia echo algo de chispa en su interior dandole algo de emocion a la vida monotoma  que tenia

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