───𝗖𝗛𝗔𝗣𝗧𝗘𝗥 1

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‧⁺ ・ ˖ 𝗟𝗢𝗦 𝗗𝗨𝗥𝗦𝗟𝗘𝗬 ⋆.*ೃ✧

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En las afueras, algo sucedió que desvió la atención del señor Dursley de sus habituales pensamientos sobre taladros. Mientras aguardaba en el habitual atasco matutino, no pudo evitar notar a un considerable grupo de personas vestidas de manera peculiar. Individuos con capas. El señor Dursley no tenía paciencia para aquellos que llevaban ropas extravagantes. ¡Ah, los conjuntos que usaban los jóvenes! Supuso que era simplemente una nueva moda. Tocó los dedos sobre el volante, su mirada se posó en unos extraños cercanos. Murmuraban entre ellos, visiblemente emocionados. La irritación creció en el señor Dursley al darse cuenta de que dos de los desconocidos no eran jóvenes. Uno incluso era más mayor que él, ¡y llevaba una capa verde esmeralda! ¡Qué audacia! Pero luego pensó que tal vez era alguna tontería publicitaria, que obviamente estaban recaudando fondos para algo. ¡Sí, tenía que ser eso! El tráfico se movió, y minutos después, el señor Dursley llegó al estacionamiento de Grunnings, volviendo a sumirse en sus pensamientos sobre los taladros.

En su oficina del noveno piso, el señor Dursley siempre se sentaba de espaldas a la ventana. Si no hubiera sido por eso aquella mañana, le habría costado concentrarse en los taladros. No vio las lechuzas volando a plena luz del día, aunque la gente en la calle sí las observaba, señalándolas con la boca abierta mientras las aves cruzaban el cielo una tras otra. La mayoría de esas personas nunca habían visto una lechuza, ni siquiera de noche. Sin embargo, el señor Dursley tuvo una mañana perfectamente normal, sin lechuzas. Gritó a cinco personas, hizo llamadas telefónicas importantes y volvió a gritar. Estuvo de muy buen humor hasta la hora del almuerzo, cuando decidió estirar las piernas y dirigirse a la panadería al otro lado de la acera.

Había olvidado a la gente con capa hasta que se acercó a un grupo cerca de la panadería. Los miró con enojo al pasar. No sabía por qué, pero le ponían nervioso. El grupo murmuraba con agitación y no llevaba ninguna hucha. Mientras regresaba con un enorme donut en una bolsa de papel, alcanzó a escuchar algunas palabras de su conversación.

— Los Potter, eso es lo que he oído... 

— Sí, sus hijos, Harry y Dalia.

El señor Dursley se quedó petrificado. El miedo lo invadió. Se volvió hacia los que murmuraban, como si quisiera decirles algo, pero se contuvo.

Se apresuró a cruzar la calle y echó a correr hasta su oficina. Gritó a su secretaria que no quería ser molestado, cogió el teléfono y, cuando casi había terminado de marcar los números de su casa, cambió de idea. Dejó el aparato y se atusó los bigotes mientras pensaba. No, se estaba comportando como un estúpido. Potter no era un apellido tan especial. Estaba seguro de que habría muchas personas llamadas Potter con dos hijos llamados Harry y Dalia. Y pensándolo mejor, ni siquiera estaba seguro de que sus sobrinos se llamaran Harry o Dalia. Podrían llamarse Harvey o Denisse. No tenía sentido preocupar a la señora Dursley; siempre se trastornaba mucho ante cualquier mención de su hermana. Y no podía reprochárselo; si él hubiera tenido una hermana así... Pero, de todos modos, aquella gente de la capa...

Aquella tarde le costó concentrarse en los taladros, y cuando dejó el edificio, a las cinco en punto, todavía estaba tan preocupado que, sin darse cuenta, chocó con un hombre que estaba en la puerta.

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