Prólogo.

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Abrí el libro que tenía apoyado en mi escritorio.

La habitación estaba un poco vacía, era normal, me acababa de trasladar al despacho. Daba gracias a mis padres que por fin me habían liberado de mi ruidosa hermana.

No entiendo qué le ven a los hermanos. Dicen que son como nuestros compañeros, que estamos unidos a ellos y que debemos trabajar en equipo.

Los hermanos solo están ahí para molestar, no tienen nada más en especial. ¿Qué trabajo en equipo? No necesito compañeros si van a ser unos inútiles. Prefiero estar sola, por mi cuenta, lo hago todo mejor, como lo debo hacer.

El perfeccionismo me molesta. En parte me la pela hacer las cosas bien pero luego las tengo que hacer bien porque el mundo me lo exige. YO NO ESTOY HECHA PARA TANTO TRABAJO.

A pesar de que intentaba leer el libro, no conseguía concentrarme. Lo tiré a la mesa y me lancé hacia atrás con la silla. Miré al techo y deseé dejar de existir.

¿Cuál iba a ser mi futuro?

No estaba hecha para nada.

Siempre fui una don nadie. No hacía demasiados amigos, no iba a ningún sitio, no quedaba con nadie, no me gustaba nadie y tampoco... Le gustaba a nadie.

Ahora, tras terminar el instituto tenía que ir al bachillerato para luego sacarme una carrera y todas esas mierdas.

Odiaba mi vida.

Odiaba la vida.

¿Qué me tocaba ahora? ¿Hacer amigos?

Todos se habían ido. Solo quedaba yo. Yo y mis mierdas. Ansiedad, depresión, estrés... No sabía si se habían hartado ya de mí o seguían ahí.

Ella... Ella creo que quería ser algo grande. Le escribiré más tarde, pensé. Ellos dos... Seguro que estarían bien, o como el puto culo. A quién voy a mentir, los dos son unos idiotas pero excepto el jirafa, el otro tiene determinación.

Ojalá tener esa autoestima.

Ya volvía a sobrepensar. Ya volvía a llorar.

De qué servía llorar... Si algún día no tendrás ojos.

De qué sirve pensar... Si algún día olvidarás todo.

De qué sirve vivir... Si algún día vas a morir.

—¡Naiara!—Mi madre golpeaba la puerta.—¡Ve a poner la mesa!

Genial, me tenía que pillar en medio lloro.

Salí de la habitación limpiándome las lágrimas con la camiseta. Que puto cuerpo de mierda tenía.

Le di un repaso antes de cerrar la puerta. La ventana abierta de par en par con las cortinas saliendo agresivamente hacia el exterior. Los libros amontonados, la mochila vacía. ¿Qué era eso sino una cárcel para gente dentro de otra?

Volví a llorar fuertemente.

Corrí al baño para que no me viese mi dichosa hermana. Cerré la puerta con pestillo y me senté sobre la tabla del váter. ¿Qué me pasaba aquél día?

—Imbécil. ¿Por qué lloras, es inútil? Lamentable, en mi opinión.

Su voz... ¿En un momento como ese? ¿En serio? Mis problemas mentales estaban rozando lo macabro...

—NA-IA-RA.—Gritó mi madre, esta vez muy enfadada.

A ver, yo quería a mis padres. No eran malos, quizás era yo la que de verdad me exigía mucho... No sé. ¡NO SÉ NADA! ¡JODER!

Better Call NaiaritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora