En la ruleta del amor hay que ganar*

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Sukuna desde muy niño había sido abandonado por su madre, recuerda muy bien como ella empacó una pequeña maleta, viajaron cientos de kilómetros fuera de casa y como lo abandonó en medio de la calle, de modo que la mano de esta se soltó de la propia y desapareciendo entre la multitud, ignorando sus súplicas de que regresará. A Partir De ellos todo se convirtió en sangre y violencia, las calles no eran amables y menos con un huérfano, Sukuna se había convertido en un vigilante para la mafia, como un halcón, a cambio de protección, varios niños eran violados en los orfanatos y en las calles, él solo quería seguir limpio, así que prometió sacrificar lo que sea por su seguridad. Ante sus palabras fue fácil su primer asesinato, lo mató a golpes, fue tan relajante, aquel sadismo con lo que lo había hecho impactó a grandes cargos, Sukuna sólo imaginaba que era su madre a quien molía a golpes.

Kenjaku había notado su don, así que lo tomó bajo su tutela, Sukuna odiaba la idea pero sabía que si este moría el adquiriría el dominio de esa familia, fue así como se agregó el Ryomen, el apellido de la familia Yakuza, a su nombre, portó con honor, siendo el más sanguinario, sádico y ruin de la familia, llevando el apodo del rey de las maldiciones, pues encontrarse con él significa la muerte más putrefacta que podría encontrar un humano, tenías que estar maldito.

Con el paso del tiempo Sukuna reclamó el trono de la familia, Kenjaku acepto gustoso, ya era tiempo de retirarse, confiaba en su muchacho y su ayudante Uruame, otro huérfano que Sukuna había tenido el valor de salvar de un encuentro clandestino donde el niño sería el platillo principal de un par de pedofilos. Ahora el pequeño niño ya no existía, en este momento era el gran Ryomen Sukuna, aka el rey de las maldiciones, amo y señor de la familia Yakuza Ryomen, dueño del bajo mundo

- No entiendo. - Gruñó irritado.

- Amo Sukuna, sólo necesita paciencia. - Aclaró Uruame mientras tecleaba el teléfono. - Mire sólo necesita colocar en esta parte y puede ver las publicaciones del joven Itadori. - Sus manos pequeñas y estilizadas se movían con gracia sobre la pantalla encendida, dando miles de tecleos como si fuera lo más fácil, para las manos grandes y callosas de Sukuna era algo imposible. - Este es su perfil, aquí el publicará lo que hace, mire hace 10 minutos coloco un video de su ensayo. - Movió el celular para que Sukuna pudiera observarlo, este se mantenía inamovible observando el vídeo de un par de segundos donde el pequeño "Tigre" como le llamaban sus fans, sonreía y mostraba desde el espejo algunos movimientos de su coreografía.

- Sus caderas son muy pequeñas. - Agregó Sukuna mientras fantaseaba con tomarlas, sus manos podrían rodearlas con facilidad, aunque el niño era grande y musculoso, su cuerpo aún era de un adolescente desarrollándose al lado del fornido cuerpo de Sukuna.

Uruame río un poco. - Está imaginando, amo Sukuna. - lo dijo con un tono tan burlón que provocó la irritación de su compañero.

- Es tu culpa, si fueras más eficiente yo no estaría en este problema. - Acusó a su sirviente con desdén, le era molesto el pensar tanto en un mocoso que ni siquiera sabía de su existencia, como un niño con una sonrisa angelical podría conocer los barrios bajos de su ciudad, sin lugar a dudas Itadori tendría una vida llena de amor y cuidados.

Uruame cubrió su boca para mofarse un poco más, aquella actitud infantil de enamoramiento era una faceta que desconocía de Sukuna, realmente era divertida porque podía concebir que Sukuna contaba con sentimientos profundamente inocentes o infantiles, debajo de esa agresividad que lo caracteriza, además no podía dudar que si era su culpa.

Él era su fiel lacayo, Sukuna tenía su total confianza en él, desde que había llegado a su lado sólo deseaba servirlo, aunque esto tomará su propia vida, Sukuna lo había salvado de un final nauseabundo, aunque normal para un niño en la calle, su agradecimiento total a su dueño. Fue así como ese día, hace un semana y media Uruame había acordado una reunión con algunos clanes, había problemas en los barrios bajos y esto era porque algunos de ellos creían que podía sobrepasar el poderío de Ryomen, tan estúpidos, la verdad muchos de ellos no salieron de esa sala, y limpiar la alfombra sería complicado, nada que un cambio de muebles no arreglaría, Sukuna siempre partía un poco excitado después de una actividad tan lucrativa como desmembrar a ratas traidoras. Así que llevó a su amo a dar un pequeño paseo por la ciudad, el movimiento lento del auto y las luces de la ciudad serían de ayuda, la segunda opción era algún burdel, para la diversión de su jefe. Así que mediante el viaje, Uruame hizo que el camino fuera más extenso y parsimonioso, manejando con tranquilidad, dejándose guiar por los señalamientos de la ciudad, observaba de reojo como su amo miraba por la ventana con un poco de somnolencia, animando más al menor a continuar con el viaje. Uruame no era muy parlanchín, pero había notado que la masacre presenciada no había sido tan satisfactoria.

Reflectores y sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora