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El amor propio no provenía de la aprobación externa, sino de cultivar un diálogo interno positivo y nutrir la chispa única que ardía en su interior.
Ana aprendió a ser su propia fuente de apoyo. La dificultad de amarse se transformaba en la capacidad de reconocer sus logros y aceptar sus errores como lecciones valiosas. La voz crítica interna, que antes era un eco constante de negatividad, se volvía más amable y alentadora.
En lugar de buscar la aprobación constante de los demás, encontró satisfacción en su propio crecimiento y en la contribución genuina que aportaba. La dificultad de amarse se convertía en la capacidad de celebrar sus logros sin necesidad de reconocimiento externo, alimentando la luz interna que la guiaba.
La confianza en sí misma permitió a Ana establecer límites saludables y seleccionar relaciones que la nutrían en lugar de drenarla. Se destacaba en la forma en que Ana, al reconocer su propia valía, atraía conexiones que reflejaban y fortalecían su luz interna.
Su viaje se convertía en un capítulo crucial, resonaba con la idea de que la verdadera luz proviene de cultivar un amor propio arraigado en la conexión consigo misma.
La capacidad de reconocer su valía intrínseca, independientemente de los elogios o críticas externas. La confianza en sí misma permitía a Ana establecer conexiones más profundas y significativas.
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