A ver... digamos que no he hecho absolutamente nada interesante en estos meses... empieza a hacer frío y la gente ya no sale sin una prenda que otra de abrigo. Después de todo, es Septiembre y se acerca la Navidad con más velocidad de la que se esperaría, ya que veo muñequitos de Santa Claus por todos lados, además de que la gente ya ha empezado a comprar abetos.
Por favor... que faltan dos meses todavía. En fin... ahora mismo camino por la calle, sin un rumbo fijo. Supongo que tengo la cabeza en las nubes, porque he chocado con alguien y las cosas que llevaba han salido despedidas por la acera, también yo me he caído.
― Perdón... ― miro a la persona con la que he colisionado. Es un chico alto, rubio desteñido -porque a mí al menos, ese rubio no me parece natural- y de ojos castaños. Me sonríe y me ayuda a levantarme. Murmuro una disculpa y le ayudo a recuperar sus cosas. Ha empezado a nevar...
No sé cómo, pero después de unos minutos me encuentro en una cafetería, hablando con el chico y con una taza de chocolate calentando mis manos. No le conozco de nada, pero ya me habla con familiaridad.
― Por cierto, me llamo Damien.
― Bonito nombre...
― ¿De verdad?
― No, pero es lo que se suele decir, ¿no? ― ha empezado a reírse. No lo entiendo, sólo estoy diciendo la verdad. Me ha dado su número y se ha ido. Cada vez entiendo menos este país. Es decir, acabas de conocer a una persona, habláis un cuarto de hora y ya le das tu número de teléfono, ¿qué clase de personas son los estadounidenses?