Aisu

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—No puede ser. —murmuré por teléfono mientras intentaba mantener la calma—. No he recibido ninguna notificación acerca de la suba. 

—Lo sé, señorita Hoo. Recibimos la orden hace dos días, por ese motivo la llamo para comunicarle el cambio.

Tragué saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta. Cuatrocientos dólares más al mes. Tenía que pagar cuatrocientos dólares más. 

—¿Me escucho, señorita? 

—Lo siento... ¿Podría repetírmelo? 

—He dicho que las nuevas tarifas se aplicarán desde el día uno del siguiente mes.

Miré el calendario. Faltaban dos semanas. 

—Pero ¿es legal esto? 

La mujer al otro lado del teléfono suspiró, compadeciéndose de mí. 

—Es una residencia privada, señorita Hoo. Una de las mejores de la ciudad, pero se rige por sus propias reglas. Hay otros sitios a los que podría trasladar a su abuela, residencias controladas por el gobierno con cuotas fijas. 

—No —dije—. No quiero hacerlo. Está muy bien cuidada allí. 

—Nuestro personal es el mejor. Hay otras habitaciones, semiprivadas, a las que podría trasladarla.

Me froté la cabeza, frustrada. Esas habitaciones no tenían vistas al jardín... ni espacio para los caballetes y los libros de arte de Ritah. Se sentiría desdichada y perdida. Tenía que mantenerla en su habitación privada, costara lo que costase. 


***


El señor Min entró en ese momento y me miró fijamente. Titubeé antes de decir algo, sin saber si se iba a detener, pero siguió andando, entró en su despacho y cerró la puerta despacio con un clic apenas audible. No me saludó, aunque tampoco solía hacerlo, a menos que fuera para gritarme o soltar algún taco, así que supuse que la extraña llamada que me había obligado a hacer lo había satisfecho. 

—¿Señorita Hoo? 

—Discúlpeme. Estoy en el trabajo y mi jefe acaba de llegar. 

—¿Tiene alguna pregunta más? Quería decirle a gritos: «¡Sí! ¿Cómo narices se supone que voy a conseguir otros cuatrocientos dólares más?», pero sabía que era inútil. La mujer trabajaba en el departamento de contabilidad, no tomaba las decisiones. 

—Ahora mismo no. 

—Tiene nuestro número. 

—Sí, gracias. 

—Colgué. 

Clavé la vista en la mesa con la mente hecha un torbellino de ideas. Me pagaban bien en mi trabajo. Yo era una de las asistentes personales mejor pagadas porque trabajaba a las órdenes del señor Min. Era horroroso trabajar para él... y el desprecio con que me trataba también era más que evidente. Sin embargo, lo hacía porque así conseguía dinero extra, que invertía en su totalidad en el cuidado de Ritah.

 Acaricié con la yema del dedo el desgastado contorno del protector de la mesa. Ya vivía en el sitio más barato que había encontrado. Me cortaba el pelo yo misma, compraba la ropa de segunda mano y mi dieta consistía en fideos chinos y en mucha mantequilla de cacahuete barata y mermelada. No gastaba dinero en nada y aprovechaba cualquier oportunidad para ahorrar. El café era gratis en la oficina y siempre había mufins y galletas. La empresa me pagaba el móvil y, cuando hacía buen tiempo, iba al trabajo andando para ahorrarme el billete de autobús. Muy de vez en cuando, usaba la cocina que había en la residencia para preparar galletas con los internos y llevaba algunas al trabajo. Era una forma silenciosa de compensar todo lo que me llevaba. Si surgía algún gasto imprevisto, había días en los que esas galletas y esos mufins eran lo único que me podía permitir. Siempre comprobaba si quedaba alguno en la sala de descanso antes de irme a casa por las noches y si había alguno, me lo llevaba para guardarlo en el pequeño congelador de mi apartamento.

AGREE. - [MIN YOONGI /SUGA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora