El angel caído

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La lluvia golpeaba las ventanas de la cabaña solo iluminada por el fuego que crepitaba en la chimenea, el hombre sentado frente a las llamas fumaba de una pipa de madera. Esa noche estaba especialmente fría y la tormenta no se detendría hasta la mañana.  Usando la luz del fuego, le echó un vistazo a su reloj pulsera, faltaban cinco minutos para las tres de la madrugada.  La habitación se encontraba en penumbras, la última vela se había consumido hacía horas. Miró el reloj, cuatro minutos, al día siguiente tendría que arreglar algunas tablas del tejado, tres minutos, luego daría un paseo por el bosque, dos minutos, tendría que atrapar algún conejo, se le estaba agotando la comida, un minuto, se quedó mirando el reloj hasta que la manecilla pequeña apuntó al tres. Se puso en pie, hubo un fuerte estruendo fuera y la cabaña se sacudió con violencia haciendo que el hombre cayera al suelo y los vidrios de las únicas dos ventanas que tenía estallaron arrojando fragmentos de cristal por toda la casa.
Aturdido, se incorporó lentamente y se dirigió a la ventana, al asomar la cabeza vio pasar una cabra que corría despavorida, salió a la lluvia y se encaminó al establo.  El rayo había caído rompiendo la valla, derribándola y dejando escapar a los animales. Mientras caminaba hacia el cráter que había formado el rayo, logró ver un vulto en el inerior, de seguro uno de los animales había muerto y resbalado dentro. Se detuvo en el borde pero no lograba distinguir lo que yacía en su interior, entonces una nube se desplazó, un rallo de luz de luna dejó a la vista el cuerpo de una mujer tendida dentro del cráter. El miedo inundó su corazón con una fuerza abrumadora. El pavor que sentía provenía de las alas blancas que nacían de la espalda de la mujer.  Introdujo la mano en su abrigo y extrajo una daga plateada que centelleó en la noche cuando la levantó sobre su cabeza, tenía que acabar con aquel ser, no pertenecía a ese mundo. Trazó un arco con la daga, pero el grito de agonía que lanzo la mujer lo hizo detener a medio camino.  La mujer se retorcía de forma alarmante al tiempo que sus alas decrecían y se introducían en su cuerpo. Solo fueron unos segundos infinitos en los cuales los alaridos de agonía llenaron la quietud de la noche. Cuando el dolor se detuvo y en su espalda no quedó huella alguna de que alguna vez hubiese poseído alas tan majestuosas, la mujer quedó inerte en el fango, esforzándose por respirar.  Acababa de ver a un ángel perder sus alas.
Guardó la daga antes de alzarla en sus brazos y llevarla al interior de la cabaña donde la recostó con suavidad sobre su cama. La cubrió para resguardarla del frio y tomó dos colchas para cubrir las ventanas. Avivó las llamas de la chimenea y se sentó junto a la mujer, esperando su despertar, pero ella no despertó, ni tampoco al día siguiente ni al otro.
Habían transcurrido cinco días, el hombre comía su estofado de conejo sin quitarle la vista de encima a la chica tumbada en la cama.
No había mostrado señal alguna de que despertaría, y eso lo tenía preocupado, además del hecho de que no hubiera deterioro alguno en su cuerpo. Durante los primeros días había estado vertiéndole algo de agua en la boca, pero no había podido darle alimentos sólidos y aun así su cuerpo seguía sin mostrar cambio alguno.  Se dispuso a llevarse la cuchara a la boca cuando lo asaltó una idea repentina, dejo caer la comida en el plato y se dirigió junto a la cama. Mientras se preparaba para lo que estaba por hacer, trató de darle una edad al rostro de la chica, aparentaba unos dieciséis, pero siendo un ángel ¿Quién podía asegurar que no tenía miles de años? Acerco su mano derecha al rostro de la chica y posó el dedo medio en su frente. La luz y la temperatura de la habitación parecieron mermar un poco. La muchacha movía frenéticamente los ojos bajo los parpados y sus manos se aferraban como garras a las sabanas.  El hombre retiró su mano como si le hubiese dado un golpe y la chica abrió los ojos. Al ver al hombre sobre ella quiso salir de la cama y se enredó a las frazadas, terminando en el suelo.
- Tranquila – pasó sobre la cama – tranquila ¿sí? No te aré daño
  Trató de acercarse y ella se escabulló hasta el rincón más cercano, dejando la manta en el suelo y quedando totalmente desnuda. Se acercó lentamente, cuidando de no realizar ningún movimiento brusco mientras ella no le perdía de vista.
- ¿Cómo te llamas? – preguntó el hombre
  Ella miró toda la casa, haciendo caso omiso de la pregunta.
- Tal vez se me pasó la mano – comentó al acuclillarse - ¿Cuál es tu nombre?
  Aguardó la respuesta, pero esta nunca llego. Al cabo de un rato tratando de establecer una conversación sin ningún éxito, llegó a la conclusión de que había perdido la memoria.  Se dirigió a la mesa y tomó el plato de metal en el que había estado comiendo.
- ¿tienes hambre?
  Dejó el plato en el suelo y, comenzó a empujarlo con cuidado hacia ella para luego retroceder. La chica se acercó despacio, sin quitar la vista del hombre, cogió el plato con una mano y volvió al rincón. Metió un dedo en el estofado y lo probo, pronto estuvo comiendo como si fuese una niña pequeña, llenándose de comida la cara y el pelo.
- ¿quieres más?
  Ella lo miró sonriente y repitió.
- Mas – dijo – más, más, más
  Cuando terminó de comer el tercer plato de estofado, se había olvidado de que tenía miedo y se había acercado a él.
- ¿Recuerdas tu nombre? – ella inclino la cabeza – nombre, tu nombre ¿lo recuerdas? – no obtuvo respuesta – yo – dijo, tocándose el pecho – Miguel ¿tú?
- Miél – repitió
- No, no, no – contradijo, amablemente – yo, Miguel ¿tú?
  Ella guardó silencio, había arrugado la frente como si estuviera tratando de recordar algo.
- Miél– dijo al fin
- No lo recuerdas ¿verdad? – ella inclinó la cabeza - ¿Qué te parece Gabriela? Miguel, Gabriela
- ¡Gabiela! – repitió, tocándose el pecho – Gabiela, Miél, Gabiela
- Muy bien, aprendes rápido – la felicitó – pero ahora tenemos que bañarte
  Le llevó largo rato convencerla de que se quedara dentro de la casa mientras el iba a buscar agua, y cuando regresó lo abrazo tan fuerte que casi se le suelta el balde. Calentó el agua en el fuego para después verterla en una tina de madera donde tuvo que bañarla él mismo. Cuando acabó de limpiarla se encontraba tan empapado como ella.
El resto del día estuvieron afuera caminando y dando de comer a los animales a los animales, lo cual resultó en tener que bañarla otra vez antes de acostarse.
Durmieron juntos ya que solo había una cama y Gabriela no lo quería dejar dormir en el piso.
Aun despierto, mientras la muchacha dormía tranquilamente abrasada a él, pensaba una y otra vez, ¿debería contarle como la había encontrado, o debía guardar silencio y no decir nada?
 
  Miguel había cambiado, cuando encontró a Gabriela tenia treinta años, y ahora, diez años después, ya tenía algunas canas en las cienes y la barba, además de arrugas en la cara. Estaba volviendo del pueblo a caballo, había ido a comprarle un regalo a Gabriela por su cumpleaños.
Al llegar a casa encontró a Gabriela cocinando en el fuego, que al verlo entrar, se apresuró a envolverlo en un abrazo que él devolvió. Ella no había cambiado en absoluto, parecía aun de dieciséis años, y continuaba con su alegre y efusiva forma de ser.
- ¿Por qué estás cocinando? Te dije que yo lo haría
- Sí, pero – sonrió burlona – yo cocino mejor
- Ya quisieras ¿te acuerdas del guiso…?
- ¿El que se te quemó? – lo interrumpió
- Solo pasó una vez – protestó
- Si – volteó los ojos – ¿y a que fuiste al pueblo?
- Por esto – dijo abriendo el bolso que llevaba colgado del hombro y sacó los regalos - ¿Para mí?
- Espero que te guste
  Ojeó el libro y después extendió el vestido para verlo mejor, era de color blanco con pequeños corazones por toda la tela.
- Es muy bonito – sus ojos se habían llenado de lágrimas – gracias, lo usaré hoy en la noche
  Cuando terminaron de comer, Gabriela le pidió a miguel que le examinara la espalda.
- Mientras daba de comer a las gallinas sentí una punzada, creí que me había picado una abeja
  Miguel se aproximo y le levantó la remera para echar un vistazo y lo que vio lo dejo paralizado. En la espalda de Gabriela se habían formado pequeñas protuberancias, incluso había uno del cual asomaba la punta de una pluma.
- ¿Qué es? – quiso saber Gabriela
- Parece en salpullido – mintió – nada importante, casi no se nota. De seguro desaparecerá pronto, sinó te llevaré con don Ricardo
  Durante el resto del día Miguel estuvo pensando en lo que tendría que hacer, debía contarle todo antes de que crecieran o sería demasiado tarde. Durante años lo había repasado, analizando la probabilidad de que las alas le volvieran a crecer, pero no estaba preparado. Despues de tantos años habia llegado a tomarle mucho aprecio, tal vez incluso a...
Al anochecer llegaron algunas personas del pueblo, amigos de Gabriela junto con sus padres. Miguel había carneado una de las cabras para que todos comieran. Para todos ella era su sobrina, hija de su hermana, la cual había fallecido debido a una enfermedad.
Después de comer, Miguel se sentó a charlar con los hombres junto al fuego y prendió su pipa después de tantos años, había dejado de fumar el día que ella llegó.
Cuando todos se fueron y quedaron solo ellos dos, miguel le pidió a Gabriela que tomara asiento frente a él junto a la chimenea
- Tengo que contarte cómo fue que llegaste aquí – dijo sin rodeos
- Lo sé, cuando mi mad…
- No – la interrumpió – la verdadera historia
- ¿la verdadera? Pero me… me dijiste que soy tu sobrina, que mi madre falleció
  El solo la observaba, y recordaba los años que habían pasado juntos, las veces que ella le alegraba el día y también cuando lo sacaba de quicio.
- Eso, eso no es cierto, no te podía contar la verdad, pero ahora tengo que hacerlo – se le quebraba las voz al hablar – el día que llegaste, el día que te encontré, yo estaba sentado aquí cuando cayó un rayo en el establo, y cuando salí a ver te encontré dentro del cráter
- ¿me cayó un rayo?
- No, tu viniste con el rayo, tu, tu eres un ángel
- No, eso es imposible, yo soy tu sobrina, yo
- Yo te encontré y… - le costaba hablar – y trate de matarte, pero… pero perdiste las alas y… no pude hacerlo
- Basta, esto… esto ya no es divertido – se puso de pie, con los ojos anegados de lagrimas
- Si – la voz de miguel cambió, ahora era gruesa y atemorizante – si es divertido, tu miedo me divierte
- ¿mi miedo te…? Basta, Miguel detente
- No soy miguel ¿acaso aun no entiendes lo que soy?
Se levantó del asiento y la cara se le transformó, la sonrisa antes bondadosa y alegre ahora era remplazada por una mueca aterradora mientras sus ojos inyectados en sangre solo mostraban maldad y locura.
- Por favor Miguel detente, me estas asustando
  El hombre sonrió y abrió los brazos
- ¿esto te asusta? Niña estúpida
  De su boca comenzó a salir oscuridad como humo negro que se le pegaba a la piel del rostro, quemando ahí donde tocaba. Gabriela retrocedió hasta quedar pegada a la pared, incapaz de quitar la vista de esa espeluznante y macabra visión.
A medida que la oscuridad consumía su cuerpo, la temperatura comenzó a bajar y la luz de las velas a volverse más tenues, como si la oscuridad fuese una niebla que las opacase. En un momento miguel serró los ojos y al abrirlos nuevamente eran amarillos y brillantes, entonces la oscuridad se volvió tan densa que los ojos de Miguel eran la única parte de su cuerpo que seguía visible, todo lo demás era oscuridad pura, ni la vela más cercana producía en él cambio alguno.
- ¿tienes miedo? – pregunto una voz horrible desde la oscuridad – si – inhaló con fuerza – es olor a miedo
  Los ojos se acercaron a la vela que estaba sobre la mesa y esta se apagó súbitamente. Gabriela tomó la vela más cercana a ella, solo quedaban cuatro de estas por la casa. Se apagó la segunda vela - ¿Por qué me temes, acaso no somos amigos?
Se apagó la tercera llama. La muchacha continuaba de pie sin poder moverse ni hablar.
- Como puede ser posible que un ángel, que se creen tan poderosos, esté huyendo de mí – la cuarta – te envió a matarme no es así, pero… creo que yo te atrapé – los ojos desaparecieron
  Una mano fría como el hielo sujetó la muñeca de Gabriela y el rostro de ojos amarillos se acercó a la llama.
- Te encontré – apagó la vela
  La muchacha hecho a correr hacia la puerta mientras miguel reía a carcajadas tras ella.
Corrió por el bosque, echando miradas rápidas por encima del hombro. Una gota de lluvia calló sobre su frente y sintió nuevamente el dolor en la espalda, esta vez tan fuerte que la desequilibró haciéndola caer al suelo. El dolor aumentaba a causa de los bultos que crecían en su espalda, soltó un alarido cuando la piel cedió ante lo que trataba de salir. En un momento la chica se encontraba a cuatro patas y dos alas de tres metros se desplegaban rozando el suelo del bosque.
El demonio avanzaba despacio, se divertía pensando en lo que haría al encontrarla. La lluvia comenzó a caer, pero en su verdadera forma el agua se evaporaba antes de tocarlo, el suelo se volvía infértil y los árboles se secaban a su paso.
Asomó por detrás de un árbol y la vio, había recuperado sus alas, pero esta vez no sintió miedo al verlas, sintió odio, las arrancaría de su cuerpo cuando la destrozara.
Se encontraban frente a frente. Ella, majestuosa, brillaba con luz propia y sus alas despedían destellos dorados. El, aterrador, era tan oscuro que no había luz que lo alumbrase, mientras sus ojos, amarillos y venenosos, solo denotaban maldad pura.
- Mi padre me ha enviado a destruirte – anuncio el angel
- Cuando acabe contigo, ni tu padre podrá salvar tu alma
  Un relámpago iluminó el bosque y Miguel desapareció, entonces el bosque se llenó se risas estremecedoras. Gabriela miraba atenta el insondable bosque. Serró el puño derecho y apareció en él una espada dorada.
Miguel se movía en círculos alrededor de Gabriela y en cuanto vio la oportunidad, salió disparado a la velocidad del rayo y con un centelleo plateado le asestó un tajo en la pierna, esta cedió hincando una rodilla en tierra, un nuevo centelleo le lastimó el brazo izquierdo, luego en el pecho, en la espalda, en la cara.
  Cubierta ya de cortes, la golpeó en el pecho arrojándola contra un árbol donde calló desplomada sin soltar la espada.
Se paró frente a ella a una distancia prudente, su cabeza se movia con espasmos violentos.
- ¿sabes porque estoy aquí? - preguntó el demonio - ¿porqué perdí mis alas?
- alzaron sus armas contra Dios, y perdieron
- el solo juega con los humanos - La muchacha se incorporó lentamente - los creó para su entretenimiento, haciendolo interesante con hambrunas, sequías y enfermedades
- no permitiré que mientas
- Lucifer lo vio y nos lo izo ver, la crueldad de nuestro padre
Avanzó titubeante hacia él y lanzó un débil mandoble, Él lo esquivó con facilidad al tiempo que le abría una nueva herida en el antebrazo
- y al cuestionarlo, fuimos exiliados
  Ella volvió a atacar sin éxito.
- No puedes vencerme – susurró en su oído antes de volver a la oscuridad del bosque
- Padre – imploró – dame fuerzas para acabar con este ser maligno y ruin
- le suplicas como si alguna vez hubiera atendido a ellas
- ¿entonces porque no te acercas?
Salió como un relámpago, dispuesto a apuñalarla por la espalda directo en el corazón, pero ella giró en el último momento y lo cogió por el cuello. Desesperado, y tomado por sorpresa, abrió la boca y escupió una sustancia amarillenta sobre el brazo que lo aferraba, el líquido comenzó a corroer la piel sin lograr que Gabriela lo liberara, en lugar de eso levantó la espada y, como si fuese un cuchillo, la clavó hasta la empuñadura en el pecho del demonio. Con sus últimas fuerzas, él aferro el puñal en la mano derecha y lo introdujo por debajo de las costillas del angel, apuñalándola directo en el corazón.
Cara a cara, ambos heridos de muerte, se desplomaron sobre el blando suelo del bosque, de lejos uno podría haber creído que se encontraban abrasados, al igual que aquella primera noche juntos, y durante un momento, ambos volvieron a ser ellos mismos, cruzaron sus miradas y lo vieron, el amor, aún estaba ahí.
Un rayo cayó en el bosque y un ángel salió de las sombras, cogió a Gabriela en sus brazos, miró al cielo y un nuevo rayo los hizo desaparecer.
Unos minutos después una grieta se abrió en el suelo tragándose el cuerpo del angel caído.

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