Tus ojos se iluminaron tan solo verlo llegar. Pero en cuanto te percataste que él junto a su equipo llegaba mal herido, los nervios te aprisionaron. Te adelantaste a tus compañeras en la enfermería, cuando se dirigían a los heridos para llevarlo de prisa a alguna de las camas y atenderlos.
Tomaste su brazo con ambas manos mirándolo al rostro.
—Por aquí, teniente— , dijiste llamando su atención. Pues enseguida reconoció tu voz.— Ustedes...con el resto— , indicaste a las demás enfermeras quienes rápidamente bajo tus ordenes recibieron a los soldados en camas listas para ellos.
El teniente Riley se recostó en la cama con un leve gemido de dolor. Te sorprendía ver la valentía de ese hombre, quién a pesar de llegar con heridas de bala, no profería más que ligeros gemidos de incomodidad. Lo conocías bastante bien. Sabías que aunque le doliera, el no lo diría para no preocuparte.
Quitaste su ropa para descubrir la bala clavada en su hombro, y sin retrasos comenzaste el procedimiento necesario para retirarla, curar y suturar a herida.
**********
—Me encuentro bien— , dijo después de algunos días de recuperación.
Tus cuidados habían sido efectivos, y su recuperación había llegado sin problemas. Terminabas de revisar la herida ya cicatrizada con éxito. Una cicatriz más que enmarcaba su piel, como muchas otras.
No resististe la tentación, y aprovechando que no había nadie en la enfermería besaste una de sus viejas cicatrices, justo en el pecho. El teniente en silencio se dejó hacer con gusto, acariciando tu cabeza mientras una de tus manos viajaba a otras cicatrices que decoraban su abdomen.
— Se precavida...nos podrían ver— , te dijo con esa voz profunda que tanto adorabas.— Nadie nos verá, sólo yo estoy de guardia en esta sección— , respondiste traviesa mirándolo con una sonrisa.
El teniente Riley tenía tratos especiales. Para poder tratarlo en enfermería con facilidad, estaba prohibido que nade más se encontrara en la habitación cando él no portaba la máscara. Eras tú la única que tenía los permisos pertinentes para tratarlo en privado. Así se habían conocido. Habías descubierto a un hombre de carne y hueso debajo de esa máscara hacía varios años atrás, y la naturalidad de sus encuentros, culminaron en una relación secreta que por tu seguridad debía mantenerse bajo llave.
No te molestaba el anonimato, que nadie te reconociera como su legítima pareja. Lo único que te interesaba era que él llegara con vida después de cada misión. Frente a los demás, ninguno de los dos cometería la equivocación de delatar su unión. Pero en privado como en aquellos momentos, el teniente Ghost era simplemente Simon Riley.TUYO y de nadie más.
—Es una suerte— , dijo con su voz profunda tomando tu rostro para dirigirlo a sus labios y besarte.
Esos deliciosos labios.
— Tenemos todo el tiempo del mundo— , dijo entre besos — te quiero encima mío.
Obedeciste esa orden sin reclamar, bajaste las medias y tu ropa interior sin quitarte la falda, sabías que hacértelo con el uniforme de enfermería lo volvía loco.
—Tú me quieres con el uniforme...yo te quiero con la máscara— , reclamaste tu deseo subiéndote a horcajadas en su regazo y rodeando su cuello con tus brazos.
El sonrió. Por supuesto que sabía de tu fetiche con esa maldita máscara. Alargó la mano para alcanzarla y ponérsela mientras tú acariciabas con absoluta devoción ese pecho marcado de cicatrices. Ancho y fuerte.
—Mi fuerte y valiente Ghost— , dijiste dándole pequeños besos en su cuello.
— El cuello es mi punto débil— , dijo detrás de esa máscara, con esos expresivos ojos puestos en ti.
— Lo sé— , respondiste antes de morder suavemente su piel.
Tus dientes provocaron en él descargas de placer que eran perceptibles por la manera en la que él daba pequeñas sacudidas. Sus manos viajaron por tus piernas, acariciándote con suavidad, y las tuyas se concentraron en abrir el pantalón que liberaría su intimidad. Misma que había despertado desde el momento en el que habías atacado su cuello con tus dientes.
En ese juego secreto, ambos llevaban a cabo la fantasía de ser el teniente Ghost y su enfermera. No había nombres reales de por medio, solo deseo.
Mismo deseo que incrementaba mientras los dedos de Ghost hurgaban debajo de tu falda en busca de tu sexo.
—Noto que falta lubricación— , dijo con voz queda.
Sacó su mano para dirigirla a tu rostro, y tú entendiendo el mensaje permitiste que metiera dos dedos en tu boca. Comenzó un sensual movimiento dentro de ella con sus dedos, y tú gemías con disfrute dejándote hacer.
—Eso es...mójalos bien— , te indicó mirándolo con esa lujuria que te enloquecía.
Mientras ultrajaba tu boca, tú movías tus caderas por sobre su pene, el cual ya liberado del pantalón se endurecía en su máxima expresión anhelante de tu roce. Ambos gemían por el placer sin dejar de mirarse a los ojos. Como adorabas esos ojos. Esas pestañas bañadas en oro. Esa mirada tan expresiva que te regalaba el mundo entero.
Cuando él sacó los dedos de tu boca, tú levantaste la cadera, lista para recibirlos en tu interior. Notaste que encontraban tu botón de placer, después con movimientos circulares lo estimulaba preparándote para la penetración.
—Te necesito dentro— , gemiste en desesperación.
— No aún— , indicó.
Y acto seguido tomó tu cabello con fuerza para tenerte a su merced. Mientras seguía estimulando tu clítoris casi hasta estallar. Cuando las oleadas de placer comenzaban a activarse se detuvo, frustrando tu orgasmo.
Tú gruñiste en respuesta, habías estado tan cerca. Esperó un momento a que el fuego en tu sexo se apagara un poco y cuando estuvo seguro de proceder, metió ambos dedos en tu vagina, haciendo que gimieras en respuesta. Esos dedos llenaban tu anhelante vacío, regalándote la deliciosa sensación de tenerlo dentro de ti. El movimiento de sus dedos fue rítmico y firme. Estaba hurgando en tu interior con maestría gemías con más fuerza.
—Mírame— , ordenó.
Y tus ojos se dirigieron hacia los suyos, mientras eras aún sujetada del cabello firmemente y penetrada con firmeza. Estabas vulnerable en esa posición, eras completamente suya. Y lo único que podías hacer en tu posición era gemir con frenesí sintiendo nuevamente que las oleadas de tu orgasmo se acercaban.
Él lo notó y enseguida detuvo el movimiento de sus dedos frustrando por segunda vez tu orgasmo.
—¡Por favor!— , rogaste casi llorando.
— No— , demandó tu teniente.
Y sus ordenes eran absolutas.
Esperó nuevamente a que los restos de placer en ti se apagaran, mientras con frustración y respiración agitada regulabas tus impulsos.
— La única maldita manera en la que vas a correrte, será con mi pene dentro de ti— , dijo con cruda decisión.
Tu asentiste con obediencia.
—Móntame como se debe, hazlo tan lentamente que puedas sentir cada centímetro de mi en tu interior— , dio su orden.
Tomó su pene con la mano libre para posicionarlo en tu entrada.
Y tú temblando obedeciste, sentándote lentamente sobre él.
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Nuestro Secreto
RomanceEl teniente Riley y tú comparten un ardiente secreto del que sólo son testigos las paredes de la enfermería.