En busca del fruto sagrado

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La primavera había llegado, trayendo consigo abundancia y belleza, parecía un nuevo comienzo para una humilde familia que se dedicaba a la agricultura, ganadería y un poco de apicultura. La última integrante se encontraba en avanzado estado de gestación cuando cayó gravemente enferma como consecuencia de haber trabajado en exceso, a pesar de que ya le faltaba poco para conocer a su primogénito.

La madre desesperada, clamaba a sus padres salvar a su pequeño y cuidar de él para que algún día pudiera continuar con el trabajo familiar, pero Sam no podía quedarse de brazos cruzados ante el dolor de su hija. Fue entonces, cuando se adentró en el lo más profundo del bosque con el afán de encontrar el árbol sagrado, en cuya corteza hueca albergaba a un anciano diminuto que, según leyendas urbanas, era el guardián del único fruto que brotaba del ejemplar cada 50 años.

Tanta peripecia tuvo que soportar el afligido padre hasta que, al cabo de dos días y sin esperanza alguna, cayó desplomado. Al despertar, invadieron sus fosas nasales el olor de un trozo de carne siendo cocido a fuego lento, pero al recordar lo sucedido se levantó abruptamente golpeándose la cabeza con algo rígido.

Sam: ¡Auxilio! ¡Auxilio! ─ exclamó con angustia.

Anciano: Vamos, muchacho, estás en medio del bosque y todavía piensas que alguien podrá escuchar tu llamado ─ respondió un menudo ser de larga barba gris y nariz regordeta.

Sam: ¿Quién eres? ¿Qué estoy haciendo aquí? ─ le cuestionó.

Anciano: Es lo que yo debería preguntarte, pero ten, come algo antes de que vuelvas a desmayarte ─ dijo, mientras le extendía un cuenco lleno de comida.

Sam: Muchas gracias por los alimentos. Estoy buscando el árbol sagrado, mi hija está muy enferma, ella y su bebé corren peligro ─ respondió con tristeza.

Anciano: Hm, vaya, parece que he traído una posible amenaza a mi casa.

Sam: Espera, no sé a qué te refieres, ¿Acaso tú sabes dónde está?

Anciano:  Estás dentro del árbol.

El hombre salió con un poco de dificultad de donde se encontraba y al levantar la mirada pudo observar un tronco gigantesco que irradiaba una tenue luz brillante.

Estaba tan sorprendido que el anciano aprovechó aquel momento para lanzarle un hechizo que lo dejó paralizado.

Sam: ¿Qué estás haciendo? ¡Suéltame ahora mismo!

Anciano: No me subestimes por mi tamaño, tengo poderes muy útiles para mí y lo suficientemente letales para ti. Si quieres el fruto de este árbol, primero debes atravesar una prueba de valor y demostrarle al espíritu celestial que habita en él la nobleza de tu corazón, solo así comprenderá que no lo usarás para hacer el mal.

Sam: Todo sea por mi familia ─ susurró con determinación.

El anciano le lanzó un encantamiento que lo transportó a un sitio que recordaba con lucidez. Entonces, se vio a sí mismo 40 años atrás, corriendo velozmente con algo entre sus manos y una muchedumbre persiguiéndolo hasta que al fin logró evadirlos. El niño había hurtado una hogaza de pan para alimentar a varios gatitos abandonados que escondía en el desván de su casa y aunque no cometió el acto con malas intenciones, Sam sintió la necesidad de saber por qué el espíritu lo había llevado hasta allí.

Dirigió su atención a la víctima, quien se encontraba llorando amargamente y al cabo de unos minutos se incorporó torpemente para dirigirse a su destino. Llegó a una pequeña casa de madera, bastante deteriorada y se tardó en abrir un candado oxidado que protegía sus pertenencias. Su pesar se hizo presente nuevamente al tomar la débil mano de su madre que yacía postrada en una cama.

En busca del fruto sagrado I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora