NO SALGAS DE CASA

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 Sam llevaba toda la noche escuchándolo en las noticias nacionales. Según la Agencia Estatal de Meteorología, una tormenta de grandes dimensiones había aparecido de repente en el norte del país, sin haber indicios siquiera de que eso fuese a ocurrir en próximas semanas. En principio, los meteorólogos y el servicio de inteligencia, habían llamado a la calma y pedían a los ciudadanos tranquilidad, que no saliesen a la calle en las próximas horas. Cierto es que a Sam poco le preocupaba la situación, ya que la tormenta estaba a unos ochocientos kilómetros de su hogar y a la mañana siguiente tenía que madrugar demasiado como para que eso le quitase el sueño. Decidió apagar la TV y echarse a dormir. 

 En pocas horas, las persianas de su casa empezaron a temblar con un sonido aterrador, como si de un tornado se tratase. Sam corrió la cortinas y se percató de que el Sol estaba a punto de salir y fuera hacía un viento huracanado. No le dio importancia. Se duchó, desayunó como de costumbre y salió a la calle en busca de su coche. Apenas una leve brisa movía su cabello, y el cielo parecía despejado. El tiempo se había calmado de repente. 

 Llegó a la panadería y estacionó en la puerta. Dentro no había ningún cliente, y eso le extrañó. Compró sus empanadillas de atún, como solía hacer los jueves y salió sin mirar al televisor que tenía absorto al panadero toda la madrugada. Al parecer, las noticias seguían hablando de la tormenta. 

 La sorpresa fue cuando se incorporó a la autovía y apenas había tráfico. A esas horas era imposible. Algo empezó a no cuadrarle. Encendió la radio de su vehículo y puso su emisora de música de los ochenta favorita. Nada de música. Solo una fría y angustiada voz se escuchaba. Se puso nervioso y le dio volumen. El mensaje era claro y conciso: la tormenta iba a llegar a todo el país en cuestión de minutos. Nadie sabía muy bien que estaba pasando, pero se habían perdido las comunicaciones con la mitad del país y era imposible ponerse en contacto con los habitantes del norte. No atendían a llamadas, no se conectaban a las redes,... nada. La situación se estaba convirtiendo en un caos en cuestión de horas. 

 Sam condujo algo nervioso y asustado hacia su trabajo y cuando llegó, las puertas estaban cerradas. Había un cartel colgado en la valla. Se bajó del coche para leerlo pero no le dio siquiera tiempo. El cielo se nubló de repente y los truenos empezaron a rugir. No podía ser. Hacía unos minutos todo estaba en calma y no se vislumbraban nubes. En cuestión de segundos, todo había cambiado. Se volvió a meter en el coche y esta vez la voz en la radio era distinta. Se trataba del presidente de la nación. La emisora se entrecortaba, tenía problemas técnicos. Cambió de una a otra, y ocurría lo mismo en todas. No se escuchaban bien. Lo único que llegó a poder discernir era que nadie saliese de casa y que se evitase por todos los medios el contacto humano con la lluvia. En ese mismo instante, unas pequeñas gotas cayeron sobre su parabrisas. El corazón se le aceleró desbocado. Debía de volver a casa cuanto antes. Arrancó el coche, casi no le quedaba combustible en el depósito. Metió primera y su pesadilla comenzó.

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