Habían pasado diez días desde que regresaron de las ruina de Elsus.
Diez días desde que derrotaron a Antares.
Diez días desde que Bell mató a Artemisa.
El grupo no se detuvo a descansar demasiado. La Familia Hermes hizo las maletas poco después se dirigió de regreso a Orario, sin tomarse el tiempo de procesar lo ocurrido. Los demás Volaron de cabeza, pues era lo más rápido… y lo mejor para Bell.
El viaje de regreso, sin embargo, fue completamente distinto al de ida. Antes, había sido una aventura, con risas y emociones. Ahora, era una sombra de lo que había sido. Un trayecto marcado por un silencio insoportable, por miradas esquivas y por un peso que oprimía el pecho de todos.
Bell se mantenía apartado, montando en soledad el wyvern que compartía con
ella... Antes, la gente lo veía como el alma del equipo, el joven optimista cuya luz brillaba incluso en los momentos más oscuros. Ahora, lo miraban y solo veían a un muchacho roto.No comía con ellos. No hablaba con ellos. No dormía con ellos.
No estaba simplemente triste por perder a una amiga. No estaba solo enojado consigo mismo por no haber podido protegerla. Era mucho peor.
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El grupo se detuvo para pasar la noche.
Apenas aterrizaron, Bell desapareció en la oscuridad del bosque.
Nadie intentó seguirlo. Nadie se atrevió.
Simplemente bajaron la cabeza y continuaron montando el campamento, como si ignorarlo hiciera que el problema dejara de existir.
Con las tiendas levantadas y la cena consumida, la mayoría se retiró a dormir.
Solo tres quedaron despiertos: Hestia, Hermes… y el vacío que dejó Bell.
El silencio entre ellos era denso, asfixiante. Se suponía que deberían hablar, hacer algo, pero cada palabra se sentía insuficiente, cada pensamiento era un laberinto sin salida.
Finalmente, Hestia, con la mirada perdida en las llamas, rompió el silencio.
“Dime, Hermes…” Su voz era frágil, como si temiera la respuesta. “¿Lo hemos roto?”
El dios no respondió de inmediato. Se limitó a observar el fuego, buscando en su calor un refugio de la realidad, pero no encontró nada.
Hestia frunció el ceño y su tono se endureció. “¡Hermes, no podemos ignorar esto!”
El dios se mantuvo en silencio. Tomó un palo cercano y lo lanzó a las llamas, observando cómo las brasas chisporroteaban.
“No lo estoy ignorando, Hestia”, murmuró finalmente. Su voz no tenía la chispa de siempre, aquella energía despreocupada que lo caracterizaba. Ahora era solo cansancio. Solo culpa. “Estoy tratando de pensar en una manera de solucionarlo.”
“¿Solucionarlo? ¿SOLUCIONARLO?” Hestia se puso de pie de golpe, su pequeño cuerpo estaba temblando de frustración. “¡Hermes, gracias a ti, él no habla con nadie! ¡Se aleja de todos, se esconde en su dolor como si fuera lo único que le queda!”. Hermes no dijo nada. Solo pudo bajar la mirada, sintiendo el peso de sus acciones como nunca antes.
Tenía razón. Hestia tenía razón.
“Bell…” murmuró la diosa, con la voz entrecortada. “No es solo que esté sufriendo. No es solo que haya perdido a alguien importante. Él… él la amaba, ¿verdad?”. El dios la miró con sorpresa.
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Cumpliendo nuestra promesa
RomanceEsta historia sigue los acontecimientos posteriores a la derrota de Antares. El mayor pecado de los humanos es arrebatarle la vida aun dios. Sin importar la situacion aparente. Es lo que le ocurrio aun joven. En un ultimo acto de desesperación... El...