Hold the Needle Close to My Heart (Stab it Like a Hundred Stars)

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Pequeñas manos regordetas entran a la habitación con curiosidad. Esta voluntad difusa era una normalidad, una sensación familiar recorría sus venas al instante del recuerdo. Había permanecido en silencio, observando las manos delgadas de la mujer subiendo y bajando con la aguja. Arriba y abajo, luego a la derecha y de nuevo abajo, repitiendo el movimiento como un bucle. La costurera era delicada en su trabajo y la tenue sonrisa en su rostro siempre se mantendría como un recuerdo preciado para él.

"¿Qué estás haciendo, escondido ahí?" Una vez preguntó, cuando su voz aún era fuerte y el brillo en sus ojos ardiente "Ven aquí, Qing-er".

Con pasos suaves caminó por la habitación. Recuerda agarrar los extremos de sus túnicas, tratando de acercarse a ella y mirar a través de sus codos, levantando la cabeza ligeramente. Su mirada, asombrada y con los ojos bien abiertos mientras observaba maravillado.

"¿Puedo coser también?" Arriba y abajo, la mujer volvía a hacerlo. El hilo como la vida pasando entre sus dedos.

"Mmmm", las delgadas manos de la costurera revolvieron su cabello mientras sus labios formaban una sonrisa. "Quizás algún día. ¿Pero los guardias del palacio no son más geniales? ¿No quieres ser uno de ellos, chiquillo?"

Como el niño que era, bufó con confianza. "¡Tú eres más genial, madre! ¡Aprenderé a coser para ser como tú!"

Ante eso, la mujer, su madre, había reído una vez. ¿Cómo podía reírse?

"Madre, lo digo en serio". Agarró sus túnicas más cerca, una mirada decidida en su rostro infantil. "¡Un día seré el costurero más hábil! ¡Incluso el rey de XianLe preguntara por mí!"

"Y, ¿qué harás entonces, eh?" Su madre dijo mientras colocaba las agujas y túnicas a un lado. Burla en su voz cuando dijo: "¿Olvidarás a tu querida madre?"

Era tan difícil escuchar esas palabras de su madre. Incluso si ahora sabía que solo estaba bromeando, que no había malicia detrás de su voz, en ese momento frunció el ceño y la abrazó con una mirada arrepentida.

"¡Nunca! ¡Ni en un millón de años! ¡Te quiero, madre!"

Sus ojos se arrugaron cuando sonrió mientras sus labios se extendían por su rostro.

"Eres demasiado joven, Qing-er". Solo respondió con un suspiro, rodeando su pequeño cuerpo con ternura. "¿Qué dirán las personas cuando sepas coser y no sepas pelear?"

Recuerda hinchar sus mejillas redondas, "¡Dirán que soy el más inteligente!"

Sus días habían sido así de tranquilos cuando aún era un niño. Recuerda, siempre tan tiernamente, cómo su madre una vez había reído hasta que el aire abandonó sus pulmones, hasta que sus mejillas se pintaron de rojo y las lágrimas se formaron en las esquinas de sus largas y gruesas pestañas.

Le gusta pensar que, en algún momento, pudieron haber sido felices.

Vivían lejos de la capital en un pequeño pueblo que apenas tenía un nombre recordable, deja de lado que tuviera visitantes. Él sabe, por supuesto, los sacrificios que su madre tuvo que hacer para asegurarles un techo sobre sus cabezas. Cada día ella duraría más tiempo en las calles tratando de vender sus servicios, pasaría horas cosiendo y ajustando largas túnicas antes de que pudiera ver su rostro nuevamente. Ojos cansados y somnolientos pero siempre una sonrisa satisfecha cuando entraba en la casa por la noche.

No puede decidir qué fue más doloroso: su estómago dolorido, el gran frío que enfriaba hasta los huesos o cómo las oscuras bolsas bajo los ojos de su madre se agrandaban con el tiempo.

Tampoco podía evitar pensar que era su culpa.

Porque su madre era la más hermosa, la más genial, la más trabajadora de todo el reino y siempre la más dulce. Siempre estaba decidida a encontrar nuevas oportunidades para su pequeña familia, siempre positiva de que encontrarían su camino hacia un futuro más brillante. Su largo y oscuro cabello se mantenía con una cinta plateada, contrastando con la palidez de su piel. Un lunar oscuro distinguiendo su mejilla derecha y su mirada de un marrón castaño que él había heredado.

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