Terror nocturno

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La oscuridad nos muestra las sombras que acechan en lo más profundo de nuestra existencia, revelando los secretos que preferiríamos olvidar". - Edgar Allan Poe

Dicen que la mente es tu peor enemiga, se burla de ti, se divierte con tu sufrimiento, haciendo que pierdas la cabeza en instantes. 

Desde lo más profundo de la oscuridad, mi cuerpo yacía inmóvil en mi cama, sumido en un estado de pesadilla despierta. A medida que la noche avanzaba, mis pensamientos se enredaban en una maraña retorcida de temores y paranoia. 

Los susurros inaudibles se filtraban en mi mente, como ecos distantes de un pasado olvidado.Tornándose en voces susurrantes y lamentos inquietantes resonando en mi cabeza, como si fueran los suspiros de almas perdidas en el abismo de la locura. El aire se volvió denso y opresivo, como si una presencia invisible se arrastrara furtivamente por la habitación, posando sus manos alrededor de mi cuello impidiendo el paso del oxígeno hacia mis pulmones. 

Las lágrimas se congelaban en mi rostro, tan solidas que podían abrir mi piel con su filo, dejando que el caliente líquido carmesí brotara de mis parpados deslizándose por mis mejillas hasta llegar a mi clavícula.

Una danza macabra se instalaba en medio de la habitación, sombras danzando al compás de mi corta respiración, se movían con gentileza a la luz de la luna, la penumbra se alzaba dejando una brecha de luz de lo real y lo onírico, alumbrando el rostro del ser que de mí sus ojos no despegaban, sonriendo en cada intento mío de dejar mi alma, capas y capas de piel, cada una ardía en mi ser cómo un infierno esperando mi final, porque claramente era ahí dónde iba ir a parar. 

Mis ojos cansados con animo de cerrarse, mojados de tristeza y angustia desbordante, noches en velas en ciclos sin fin, esperando cada noche de hacer su aparición y no dejarme dormir, el sonido a mi alrededor blanco e inquebrantable, dando paso a que mi mente me hable con crueldad descifrable, tú y solo tú puedes detenerme, me susurraba, riendo de la cobardía que en mí yacía, burlándose sabiendo que nunca sería capaz, el miedo era su arma más letal, controlándome como una marioneta, en un acto dónde yo misma era la espectadora, riendo de lo patética y ridícula que era la obra.

La noche llegaba a su fin, el amanecer eliminando las brumas densas que la ventana cristalizaban, rayos cálidos emergían del cielo coloreando la atmosfera ennegrecida, aire fresco de la mañana, acompañado de cantos de pájaros que se paraban en mi ventana. 

Un nuevo día, escapó de mi garganta, ojalá todo fuera diferente, mi alma pensaba, la habitación se encontraba iluminada, no había ni rastros de la noche que horas atrás me atormentaba, todo parecía en orden, los dibujos en la pared, la ropa esparcida en la cómoda, el armario cerrado y los espejos tapados. Era un habito hacerlo, no quería ver mi apariencia descuidada me deprimiría más sin pensarlo si el reflejo de mí cuerpo miraba. 

El cabello húmero y las mejillas sonrojadas, un temblor de manos y pies que poco a poco me abandonaba. Un día más marcaba en el calendario, esperando día a día que llegara donde deseaba, para poner fin de una vez al tormento que al caer la noche me inundaba.

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