— Buen día, señor Stephen. ¿Desea algo nuevo para este lluvioso día?
— No.
— Esta bien, señor Stephen. Le traeré lo mismo de siempre.
Cientos de cerraduras se abrieron y la señora mucama salió de la habitación.
El día treinta les habían prometido que algo ocurriría. Llevaba veinte días, al igual que todos, menos Carl. Él estaba hace veintiocho días en el lugar.
"¿Cómo habrá soportado todo esto?" pensó.
Las mucamas eran del personal de Anastasia, la creadora del lugar. Se dice que es morocha y alta, pero nadie lo sabe; ya que sufrió un accidente intentando asesinar a un prisionero ella misma.
Alguien vuelve a entrar, estaba de espaldas a la puerta, mirando la pared escrita.
— Aquí tiene su desayuno, señor Stephen. Recuerde que cuando suene la primera campana, debe ir al comedor. — Dejó en un carro su desayuno y se marchó.
Nunca había hablado con confianza con una de ellas. La última vez resultó un completo desastre... Cree que esa es la razón por la que esta en Área restringida.
El desayuno no estaba de lo mejor. El té con leche estaba frío, las medialunas quemadas... es decir, todo mal.
"Esto apesta, apesta, apesta..."
El timbre interrumpió sus pensamientos, era hora de ir al comedor. Stephen odia ir al comedor, con todos los enfermos y problemáticos humanos, él no ha hecho nada. Esta perfectamente bien físicamente y, psicológicamente hablando, mejor que su alrededor. Nadie sabe porque los reúnen en el comedor, si desayunan y cenan en sus cuartos, ni tampoco porqué se llama comedor, si nadie come allí.
— Comenzaremos con la ceremonia del día veinte, domingo. Este especial día los juntamos aquí para informarles que el escritor y cantautor, Macallister, pasará con nosotros unas semanas ya que se cumplen cinco años de su libertad...
"Bla, bla, bla... ¿No tienen otra cosa más interactiva?"
Observaba como una de las señoras Anas, sí así le llaman a las mucamas, se dormía en el asiento. Era bastante divertido, la reina de las Anas estaba dando uno de sus discursos y una de sus aprendices se le cerraban los ojos.
Extrañamente tenían un recreo en el cual se encontraban con los Área subnormal y normal, que eran los tres grupos restantes.
Para la información de Stephen, en el Área subnormal, se encontraban los seres vivos con problemas de nacimiento. En el normal, cualquier persona con más de tres malditos delitos, pero esos debían de ser graves, ya que los tratan depende sus antecedentes.
Se rumoreaba que Anastasia escondía a los más peligrosos del país en El Sótano, no es uno común, allí morían lentamente cualquier persona que iba. El caso más nombrado es el de Romeo, un hombre de cuarenta años que había matado a cinco personas más su pequeña familia, él es conocido como el Memorable ya que fue el humano que más tardo en morir.
— En fin, señores y señoritas, váyanse al recreo. — anunció Macallister.
Stephen, cual mariposa sin un ala, intentaba salir pero gracias al amontonamiento de todos, fracasó.
— ¿Diez minutos en salir de una puerta? — suspiró — ¿Te quedaste sin lengua o el café te la quemó?
— No estoy para bromas, Casta. Y sabes que no me agrada el café de aquí; es café frío, aburrido, sin vida.
Casta, uno de sus amigos, siempre era igual de desagradable. Pero a Stephen le convenía estar con él, ya que era un buen corredor.
— ¿Y el resto? — preguntó.
— Todavía no salieron, se atoraron en la salida, casi igual que tú.
— Ah...
No era cuestión de utilizar a todos sus compañeros. Si no que quería escapar lo más pronto del lugar para comenzar una nueva vida y conocerlos mejor. En estos días aprendió bastante de ellos, pero la mayoría se rebelaba a contar su oscuro pasado. Stephen no tenía problema en hablar sobre él, nadie se animaba a preguntarle; sus antecedentes no eran los más resaltados, había peores que todos y mejores que nadie.