Fin de año.
Se celebraban las calurosas fiestas de descontrol, sexo, drogas y alcohol.
Y Roier era un gran entusiasta de las fiestas, más si todas esas cosas divertidas y tentadoras lo acompañaban. Tenía grandes sonrisas cuando una nueva invitación llegaba a su teléfono, y es que era tan cotizado y solicitado en la universidad que todos se deshacían por una sonrisa suya, ni se diga por una confirmación de asistencia a sus fiestas.
Y es que no le faltaba nada, el joven castaño tenía unos ojos preciosos, un cuerpo tonificado y fuertes músculos debajo de sus camisetas de americano. Era común ver gente que se acercaba a él sólo para delinear con cuidado su fina cintura y descansar las manos en el hueco entre su espalda baja y su trasero.
Porque claro, era jodidamente atractivo y coqueto, y cualquier persona, de cualquier orientación sexual podría verlo con ojos de amor verdadero.
Recibía piropos de todos, recibía atención de todos, y quería todo de todos, por igual.
Aunque, por más que las apariencias engañaran, Roier era un hombre que creía en el amor verdadero, esperando entregarse a los brazos de un dulce amor que lo hiciera sentir el hombre más dichoso del mundo.
Y eso lo dejaría para otra ocasión, porque hoy estaba armando una maleta de numerosas prendas reveladoras que lo acompañarían en un viaje de una semana a São Paulo, donde visitaría los más candentes clubs nocturnos, de excelente gusto musical y de lugareños igual de atractivos.
Se apresuró a llegar al aeropuerto para esperar a sus amigos y estuvo ansioso la mitad que no durmió en el vuelo tan largo. Estaba seguro de que estaría mejor una vez llegara, durmiera bien, se tomara una pastilla y se preparara para salir, y no dormir por la cantidad de fiestas que visitaría.
La primera noche la usaron para buscar en el mapa los lugares a donde irían cien por ciento seguro, luego los restaurantes donde se bajarían las copas de más y las rutas para llegar más rápido a todos lados. Estaban emocionados y ansiosos por dejarse llevar en un lugar tan hermoso, además de encontrar las mejores aventuras.
Y Roier evidentemente no dejaría pasar la oportunidad de ser el centro de atención, aunque se encontrara a kilómetros de su país natal. Por eso se puso la ropa más bonita y reveladora que tenía, y se delineó los párpados para hacer relucir sus preciosos ojos ámbar.
Se sonrió una última vez antes de ponerse otra capa de lápiz labial rojo y se acomodó la bonita bandana azul sobre la frente, echándole un último vistazo al pantalón de cuero que le hacía resaltar sus curvas.
Salió del baño y sus amigos le lanzaron los piropos habituales, asegurándole que si no fuesen sólo amigos, ya se lo hubieran dado unas cuantas veces. Él sólo reía ante los comentarios y los apresuró a salir para llegar lo más rápido al club que había abierto sus puertas hace unas cuantas horas.
Salieron juntos hacia el taxi y charlaron todo el camino sobre la cantidad de chicas a las que iban a conquistar, y de lo bien que iban a pasarla sacando a relucir sus mejores pasos de baile. Se distrajeron hablando de la cantidad de cochinadas que también pensaban hacer, mientras Roier sólo giraba los ojos y sonreía mirando a la ventana. Definitivamente sus amigos eran polos muy opuestos, pero estaba seguro de que serían sus mejores amigos lo que le restaba de vida, siempre habían estado unidos y conocían cada pequeña cosa de cada uno.
Al llegar todos alzaron la cabeza con asombro por la cantidad de luces neón y bocinas a reventar que les demostraban que habían llegado en el mejor momento del club, donde el ambiente era ensordecedor y completamente excitante.