Roier

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"Sígame, joven." Indicó el guardia al castaño chocolate, escoltándolo a su celda.

El chico mantenía su mirada baja tan solo siguiendo la voz del guardia, sus ojos reflejaban un sentimiento agridulce de nostalgia y angustia, no disfrutable para él.

Sin darse cuenta, chocó al guardia cuando él se detuvo frente a una puerta gris.

Al chocar, una de las cinco arañas que rondaban por su espalda y hombros, cayó al suelo. Se percató de eso inmediatamente, pero no tuvo opción de rescatar a la pequeña luego de que el señor abriese la puerta y lo empujase dentro de la habitación, sus rodillas contra el suelo. El señor pisoteó a la araña no intencionalmente.

De fondo, mientras el joven se levantaba del incómodo concreto, se lograba escuchar un lápiz garabateando con rapidez en una hoja indiscutiblemente gruesa, por el ruido satisfactorio que aquella hacia. También, pudo ver a sus cuatro arañas bajar de sus brazos al suelo, como explorando el entorno.

Al subir su apagada mirada, lo recibió una habitación ordenada y limpia. Bastante fría a la vista y también al sentir. Un chico con orejas de oso lo observaba de manera no amigable desde la cama izquierda.

El híbrido de oso, notó que compartían miradas. Tranquilamente, volvió su rostro al cuaderno que tenía en manos y siguió haciendo lo que hacía con poca paciencia. A diferencia del pelinegro, él se levantó con más ánimo y tomando sus pequeñas arañas en mano, para ponerlas en sus hombros.

Con una sonrisa temblorosa, se dirigió a la cama derecha y se sentó, todavía mirando con una curiosidad tenebrosa a su, ahora compañero, de celda.

"¿Qué miras?" Preguntó el contrario.

"¿Qué escribes?" Cuestionó en respuesta, tratando de acomodarse en el duro colchón.

"Nada que te importe." El castaño decidió no contestar a eso y se recostó en la incómoda cama.

La habitación quedó en silencio. Por menos de un minuto.

"¿Cómo te llamas?" Habló el híbrido de oso, resignándose. No podía llevarse mal otra vez con su compañero de celda.

"Roier" Mientras él miraba la puerta sobrepensando, sus arañas jugaban en su cabello, haciéndole cosquillas. En cambio, el pelinegro dejó a un lado su cuaderno y su lápiz prestándole atención a Roier.

"Yo soy... Spreen." Tímidamente, expresó su nombre.

Roier asintió, aún mirando la puerta. Tal vez pensando en la pobre araña que asesinó el señor.

"¿Qué dibujas?" Su cabeza volteó rápido y ansiosamente le preguntó aquello a Spreen.

El híbrido de oso suspiró.

"Es un dibujo de mi gata, Pelusa." Se levantó de la cama y le tiró fríamente el cuaderno. La reacción de Roier fue subir sus cejas y apretar sus labios.

Al pestañear observando el dibujo, dos pares de ojos pequeños salieron en sus pómulos. El oso vio eso sorprendido y le arrebató el cuaderno, asustado.

"¿Sos... híbrido de araña?" Roier no le conocía, pero ese tono ya lo había escuchado. Un tono con repulsión y dejes de temor.

"No..." Mintió, su tono de voz se mantenía curioso y el que frunciera las cejas, lo hizo creíble para el oso. Sus dedos temblando sobre sus rodillas fue algo que el pelinegro no notó.

Él ya estaba demasiado cansado como para detallar quien le miente o quien no. Ambos deben tener cuidado.

Spreen se dirigió de nuevo a su cama y se volvió a recostar ahí, con sus rodillas flexionadas y su libro y lápiz en mano, como cuando el otro llegó. El castaño supuso que tal vez así sería el resto de tiempo que estén juntos.

SINCÉRATE, guapoduoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora