Capítulo 1. Décima semana.

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La semana transcurriría de lo más normal si no fuera por los exámenes de fin de curso. Era su segundo año de carrera y todo marchaba de maravilla. Vera estudiaba filología inglesa y era de las mejores de su clase. Siempre había dedicado mucho tiempo a sus estudios y se exigía bastante, por lo que solía sacar muy buenas notas. No obstante, aquella época no dejaba de ser una preocupación para ella. El trabajo aumentaba y el temporal cálido no ayudaba para nada. Por no decir que tenía más cosas de las que ocuparse aquel año. Un trabajo como dependienta en una tienda de ropa que le quitaba muchas horas que dedicar a los estudios, una hermana pequeña a la que cuidar de vez en cuando y unos padres más exigentes que ella. Nada ayudaba, solo había contratiempo, aun así siempre se las arreglaba.

Tan solo quedaba una semana para finalizar los exámenes, y con ello el curso. Ni si quiera había tenido tiempo de pensar qué haría durante el verano. Descartaba la idea de irse de vacaciones, ya que quería seguir trabajando para ahorrar dinero y poder pagarse la matrícula del próximo año. Se había declaro completamente independiente de sus padres y, aunque estos se lo podían permitir, ella rechazaba toda ayuda. Siempre había mantenido una lucha con sus padres, los cuales la habían empujado a hacer una carrera de ciencias, medicina estaba entre sus favoritas, pero en el último momento ella se había decantado por hacer una de letras, lo que les descompuso. Pero no tuvieron otra opción más que aceptarlo.

El primer año de carrera no fue fácil pero se prometió a sí misma ser de las mejores de su clase para así demostrarles a sus padres que valía para aquello.

Objetivo cumplido.



Aquel jueves, como siempre, regresó a casa tras terminar las clases, deteniéndose frente al buzón. Desde hacía nueve semanas había estado recibiendo cartas anónimas sin ningún tipo de contenido e intuía que aquella semana sucedería más de lo mismo. Efectivamente, tras abrir el buzón, volvió a encontrar la misma carta blanca, con su nombre y dirección pero ningún dato más. Suspiró, ya cansada de aquella broma y miró a su alrededor en busca de alguien que la estuviese observando. Siempre lo hacía y nunca encontraba a nadie, así que, un caso más sin resolver. Entró en casa y lo primero que hizo fue guardar la carta en la cajita de madera que ocultaba en el segundo cajón de su armario, bajo las blusas de invierno que ya no usaba. Junto aquella carta había otras ocho, todas exactamente igual.

El resto del día transcurrió con normalidad, al igual que toda la semana. Iba a clase, se preparaba los pocos exámenes que le quedaban y volvía a casa para acostarse.


Cuando por fin llegó el último examen, Vera no podía dar crédito. Era jueves, las cinco de la tarde y se encontraba de camino a casa, dudando si salir con sus amigos para celebrar que ya era libre o si quedarse en casa para dormir todo lo que no había dormido en aquellas semanas. Optó por lo segundo y, antes de entrar por la puerta, se detuvo de nuevo frente al buzón. ¿Habría otra carta? No quería seguir con aquel juego pero prefería que sus padres no las cogiesen por ella, ya que era inusual que alguien le mandase cartas, con la de tecnologías que había hoy en día para comunicarse. Así que la cogió y la arrojó a la basura. Ni si quiera la abrió. No, ya no acumularía ni una carta más. Además, nadie iba a estropear ese día. 

Sin dudarlo, se dirigió directamente a su cuarto y se dejó caer sobre la cama.

                                                                                                  Xxx

El timbre de casa la despertó. ¿Cuánto había dormido? Era completamente de noche, quizás las diez o así, no lo supo adivinar. Le parecía raro que sus padres no la hubiesen despertado para cenar, quizás porque se habían apiadado de su cansancio. Remoloneó unos minutos más en la cama hasta que alguien tocó su puerta. Tres golpes exactamente.

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⏰ Última actualización: Jun 20, 2015 ⏰

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