Sin salida

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Su reloj de pulsera indicó la media noche y la menuda joven de blusa, pantalón de corderoy y delantal negros, se acercó caminando a la gruesa puerta principal y la abrió por un lado.

Dos hombres se aproximaron a la puerta con letargo, uno era de talla mediana, espalda ancha, nariz pronunciada y vestía una oscura gabardina gris. El otro era alto y fornido, llevaba un terno negro y el rostro colorado, marcado. Aún bebía de un vaso con güisqui. Ambos tomaron los dos únicos sombreros colgados en las perchas.

―Oye... La señorita nos a tratado muy bien ―dijo el tipo de gabardina con una voz ronca―. Debes de dejarle una buena propina.

―Creo que tienes razón mi querido... colega ―respondió el sujeto de terno negro, que con el gordo dedo índice, tocó con brusquedad el hombro del otro individuo. Terminó el contenido de su vaso de un solo trago y lo apartó―. Le hemos de haber caído muy bien ―añadió, se colocó el sombrero y le guiñó un ojo a la muchacha. Tomó su billetera, retiró tres billetes y se los ofreció extendiendo la mano.

―¡Oh! Es muy generoso, muchas gracias ―dijo la joven sin quitar los ojos del dinero. Estiró la mano y los tomó, pero el sujeto no los soltó.

―Tienes razón, soy muy generoso y puedo serlo más ―mencionó, acercó sus dedos gordos al rostro de la joven e intentó acariciar su mejilla.

Ella se alejó al contacto.

―No te asustes niña ―dijo el tipo de gabardina―. Solo te están ofreciendo una transacción de adultos. Oye y dale su propina, ¿no?

―¡Cierto! Toma ―declaró el sujeto de terno negro.

―No quiero su dinero ―respondió la muchacha y se colocó tras el lado abierto de la puerta.

―¿Cuál es el problema con mi dinero? ―el sujeto agitaba los billetes.

―Márchese por favor ―ella tartamudeó.

―¡¿No piensas recibir mi dinero?! ―el sujeto puso una mano sobre la puerta y ejerció una leve presión que arrinconó a la muchacha contra la pared.

―Deberías de recibir el dinero niña y también te aconsejo que lo acompañes, te conviene ―señaló el tipo de gabardina, dio un paso, cruzó el umbral hacia fuera, se colocó el sombrero gris oscuro, prendió un cigarrillo y, desde la vereda, miró hacia los lados de la calle vacía.

―Escúchalo y acepta mi dinero ―dijo el gran sujeto de terno negro con una sonrisa de oreja a oreja que le acentuó de las arrugas del cuello a las de la frente y, descansando su peso sobre la puerta, extendió la mano hasta que los billetes tocaron la blusa blanca de la muchacha, subió, rozaba su busto, su cuello.

Ella temblaba. Su yugular palpitaba con intensidad. Sus ojos se humedecieron tiñendo el blanco de rosa. Las lágrimas resbalaron sus mejillas.

―Por favor ―murmuró sollozando.

De pronto sonaron unos pasos del interior y ambos giraron el rostro. Llegó un delgado viejo de firme expresión, pantalón de corderoy negro y camisa blanca.

―Buenas noches ―anunció y el sujeto de terno negro dejó de apoyarse en la puerta y lo observó. La muchacha corrió de inmediato y se ubicó tras el viejo que continuó diciendo―: Ya cerramos.

―Ella no quiere aceptar mi dinero. ¿Cuál es el problema con mi dinero?

―No entiendo, ¿ya pagaron la cuenta? ―el viejo observó a la muchacha que asintió con la cabeza―. ¿Entonces de qué me está hablando? ―inquirió ahora y ella lo miró con los ojos en lágrimas. El viejo cambió el visaje, frunció el ceño y exclamó con vehemencia―: Si no se marcha llamaré a la policía.

El sujeto de terno negro sonrió y abrió su saco, una medalla de policía colgaba sobre un revolver enfundado. El tipo de gabardina, aún en la vereda, tiró el cigarrillo, miró a los lados, volvió a entrar y cerró la puerta.

Sin salidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora