Capítulo 1: La Sombra del Puerto

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Las olas acariciaban con suavidad el muelle de Marsella, su rumor constante creaba una sinfonía acompasada que resonaba entre los barcos anclados. La bruma del amanecer dibujaba siluetas difusas, ocultando los secretos que yacían entre las sombras del puerto.

El inspector Alexandre Durand caminaba con paso decidido por el muelle principal. Su abrigo oscuro ondeaba suavemente al viento matinal mientras observaba con detenimiento cada detalle que se presentaba ante él. Sus ojos avizores, como los de un halcón, escrutaban cada rincón en busca de indicios.

Un grupo de marineros conversaba en voz baja cerca de un barco pesquero. Durand se acercó con serenidad, su presencia imponente llamaba la atención sin esfuerzo.

"¿Qué ha ocurrido aquí?", inquirió con firmeza, observando los gestos nerviosos de los hombres.

Uno de ellos, con la mirada llena de inquietud, respondió: "¡Ha sido un horror, señor! Encontramos algo espeluznante esta mañana, algo que nunca habíamos visto".

El inspector se inclinó ligeramente hacia adelante, interesado en cada palabra que salía de los labios del marinero. "¿Qué encontraron?"

El hombre tragó saliva antes de continuar. "Un cuerpo, señor. Flotando junto al muelle, como si las olas lo hubieran devuelto desde las profundidades del mar".

Durand frunció el ceño, su mente ya estaba maquinando las primeras hipótesis sobre aquel macabro hallazgo. "¿Pueden llevarme al lugar donde lo encontraron?"

Asintiendo con gestos nerviosos, los marineros condujeron al inspector hacia el borde del muelle. Allí, entre la bruma matutina, yacía el cuerpo inerte de un hombre. Su rostro pálido, iluminado por la luz titilante del amanecer, parecía congelado en una expresión de terror eterno.

Durand se arrodilló junto al cuerpo, examinando cada detalle con minuciosidad. Vestía ropas desgastadas y una marca extraña adornaba su cuello. Una serpiente enroscada, tatuada con tinta oscura, que parecía retorcerse en un último intento por escapar de su prisión mortal.

La escena era un rompecabezas aún sin resolver, un enigma que el inspector se proponía desentrañar. Con gestos precisos, ordenó a su joven asistente, Éléonore Bisset, que tomara fotografías del lugar y del cuerpo, registrando cada detalle para el análisis posterior.

Mientras la actividad en el puerto cobraba vida y los primeros rayos de sol iluminaban las aguas, Alexandre Durand permanecía absorto en su propia ensoñación, tratando de desentrañar los secretos ocultos tras la muerte de aquel hombre.

El muelle, testigo silencioso de tantos misterios, guardaba en sus profundidades más secretos de los que la superficie mostraba. Era el inicio de una intriga que, como las olas del mar, amenazaba con sumergirlo todo en sombras impenetrables.

Claramente, la mañana en el puerto de Marsella había adquirido un matiz siniestro. La presencia del inspector Durand, con su mirada aguda y su mente analítica, parecía arrojar un haz de luz sobre la oscuridad de aquel descubrimiento macabro.

Éléonore, la joven bibliotecaria que lo acompañaba observaba con curiosidad cada movimiento del inspector. Su rostro juvenil apenas ocultaba la inteligencia y la determinación que la caracterizaban. Tomaba notas meticulosas y seguía las órdenes de Durand con destreza, capturando cada detalle en las fotografías que se convertirían en piezas clave del rompecabezas que estaban por resolver.

Los murmullos en el puerto crecían a medida que la noticia del hallazgo se expandía entre los marineros y trabajadores del lugar. Los rostros se cubrían con expresiones de preocupación y temor, como si aquel cuerpo sin vida despertara viejos temores y supersticiones que habían estado adormecidos en lo más profundo de sus mentes.

El Enigma de las Sombras: Intrigas y Crímenes en Marsella del Siglo XIXDonde viven las historias. Descúbrelo ahora