1. Piloto

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Cuando era pequeña y observaba la oscuridad del espacio, con esas estrellas muertas y con soles a punto de colapsarse, quedaba fascinada... esa emoción que se apoderaba en mi, que crecía a medida que observaba ese inmenso y maravilloso espacio.

Sin que faltara ese momento en el que poco a poco se convertía en tortura y con una dolorosa lentitud se apagaba ese fascinante sentimiento.

Ahí comprendí que el destino tiene muchas formas de reírse en mi cara... y como hasta la rosa más hermosa puede dañarte con sus espinas. No te dejes engañar por la belleza de una rosa... pues no sabrás cuando las espinas te lastimarán.

...

El sol iluminando todo a su paso, deja un dolor insoportable en mi cerebro y detrás de mis ojos, como si el sol deseara que no estuviera caminando por esta calle... me sostengo de una pared ya que estoy a punto de caer nuevamente...

¿Nuevamente?

El dolor no cede y los sonidos no ayudan para que me sienta mejor, solo hacen que quiera arrancarme los oídos. Trago saliva ya que mi garganta está seca... pero como era de esperarse eso tampoco ayuda. Bajo la vista y tengo un conjunto de color blanco, este mismo manchado de suciedad y lo que parece ser sangre...

Levanto la mirada a pesar del dolor causado por el sol, hay edificios altos y todos son iguales, personas caminan a mi alrededor sin darle importancia a mi presencia, esto es un poco extraño. Intento recordar que fue lo último que recuerdo o que pasó antes de estar aquí... y lo único que obtengo son imágenes borrosas que apenas puedo diferenciar: un camión, ovejas, una televisión y una silueta...

Esto me sobrepasa y caigo, sin embargo, no siento el dolor del impacto, volteo hacia arriba y lo único que logro ver son ojos verdes... verdes como dos pequeñas piedras preciosas. Entonces pierdo la conciencia.

Lo último que recuerdo fue una calidez que cubrió todo mi cuerpo. Fue... tan pacífico.

No se cuanto tiempo paso, pero de golpe me levanto. Como si me estuviera ahogando y de milagro regreso a la vida...

La rigidez me hace saber que no estoy acostada en una cama sino en un sillón. Un sillón viejo lo puedo percibir por el olor y la poca suavidad de la tela.

—¿Quién eres tú?— murmura una voz.

No puedo distinguir de donde viene porque está demasiado oscuro, aunque puedo suponer que proviene de un rincón en la habitación.

—¿Que?— son las únicas palabras que digo al mismo tiempo que me tomo asiento.

Fuerzo mi vista para al menos saber donde estoy y lo único que alcanzo a ver son muebles todos de un mismo color, la oscuridad de está habitación me resulta tan amenazante y familiar por alguna razón.

—No te lo preguntaré otra vez ¿Quién eres?— otra vez habla la voz murmuradora.

Trago saliva y la palabras no surgen, es como si el miedo no me dejara mover.

—No lo sé... no lo recuerdo...— supongo que decir la verdad no me matará ¿no?

Escucho pisadas apresuradas que se me acercan hasta llegar una bocanada de aire a mi cara. Está enfrente de mi.

—No te creo, rata de laboratorio— escupe con odio.

Un momento ¿Cómo me acaba de llamar?

Quemaduras en el corazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora