VICTORIA.
- CARTAS –
Podría decir que el día comenzó hermoso, que no estaba ni irritada ni enojada, pero eso sería mentir. Desperté por el golpe en la puerta de mi habitación ocasionado por Albert con una sonrisa radiante.
- Arriba, señorita. Hay que organizar todo para hoy.
Me incorporé en la cama y lo miré con las cejas fruncidas, estaba aún dormida y no podía razonar muy bien. Las sirvientas, Ana, María y Beatriz, ingresaron detrás de Albert y se acercaron a mí, me levantaron casi a tirones y comenzaron a desnudarme en segundos. Para cuando pude percatarme, me encontraba en la bañera con Ana llenando de espuma mi cabeza, María mis brazos y Beatriz solo dirigía.
Observé al único hombre en la habitación, el cual, miraba atento por la ventana. Intentando darme privacidad.
- ¿Organizar qué? – pregunté con la voz rasposa, cuando estaba por volver hablar, espuma cayó de lleno en mi nariz y miré a la culpable: Ana, la cual me regaló una sonrisa nerviosa; volví la vista al viejo canoso. – Ya está todo organizado, ¿O acaso me olvidé de algo?
- No, Vicky. No te olvidaste de nada.
Albert y las mujeres que ahora me sacaban de la bañera y me secaban rápidamente, eran los únicos que podían llamarme de tal forma. Jamás me molestó dicho apodo si es que salía de la boca de ellos.
- ¿Y entonces cuál es la osadía de interrumpir mi sueño?
Él se acercó a mí en cuanto estuve vestida y con tristeza me miró, produciendo que arqueara una ceja ¿Por qué me miraba de esa forma? Odiaba que lo haga.
- Hoy es su cumpleaños, su majestad.
Es verdad.
Hace tiempo que no festejaba mi cumpleaños, cuando era pequeña la ilusión de estar con mi padre éstas fechas ganaba mi esperanza de tener regalos. Todos mis cumpleaños eran solitarios.
- ¿Qué hay con eso?
Albert carraspeó y rascó su nuca, nervioso. Las sirvientas, al terminar de vestirme con un simple pero elegante vestido verde oscuro, me había sentado frente al espejo y comenzaron a maquillarme.
- Suéltalo, Albert. No eres bueno manteniendo secretos.
El susodicho comenzó a sudar y a balbucear queriendo explicar. Cada vez que era mi cumpleaños, él hacia cosas realmente extrañas únicamente para hacerme sentir feliz, de involucrarme en una cita a ciegas a querer traer un carruaje lleno de conejos (cosa que salió mal). Así que podría esperar cualquier cosa de él, detuve a las mujeres y lo miré directamente.
- Habla.
- ¡Le pedí al pueblo que te escriban cartas! –gritó con la cara sonrojada.
Volví la vista al espejo, mirándome a mí misma y siguieron con el final del maquillaje.
- Está bien –musité.
- La verdad me gustó la idea y quería que estuvieras feliz al menos este año que cumples veinte y...espera, ¿estás bien con eso? ¿Lo aceptas?
Al momento de terminar con el maquillaje y el peinado me levanté del asiento y me acerqué a él, apoyé mi mano en su hombro.
- Lo acepto.
Dicho esto, salí de mi habitación con las tres mujeres detrás, dejando al mayordomo confundido. La realidad es que esta era la idea menos exagerada de su parte y lo prefería así, pero no pensaba leer ninguna carta.
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La Calidez de las Espinas.
Romance"Soledad" era la mejor definición de lo que sintió toda su vida, aún cuando el palacio permanecía en constante movimiento, pero no siempre fue así, hubo un tiempo donde consideró que la soledad no existía, aunque la terminó consumiendo. - "Serás un...