Enero

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Estoy esperando una llamada. Una llamada que cambie mi percepción de ti. Que me haga saber que ha valido la pena esperarte tanto.

¿Y si aquella llamada no llega? ¿Que más me queda que la decepción de una vida sin una razón para vivirla?

- Hola, tío - tener que saludar por obligación de mi madre a quien me desprecia es una humillación necesaria para recibir un plato de comida en la mesa a la hora de la cena. La mirada amenazante de quien comparte mi sangre desgarra cada instante de mi corta vida que ha sido sentenciada en consecuencia de los pecados que alguna vez cometí. Tal vez ella no lo sepa pero si ese hombre tuviera la oportunidad de hacerlo, me drenaría de aquel líquido que nos entrelaza hasta no tener que llamarme sobrino nuevamente.

Levanto la mirada y está ahí, rígido, serio. Como un soldadito de juguete de aquellos a los que el tiempo les borró toda expresión del rostro. Extiende su mano para estrechar fuertemente la mía. Haciéndome tambalear ante una fuerza incomparable con la mía. ¿Qué intentará demostrar? ¿Superioridad? ¿Control?

Alguien que me quintuplica la edad. ¿Por qué se sentiría amenazado por quién ni voz ni voto tiene en una familia tradicional mexicana en la que todas las conversaciones son "conversaciones de adultos"? ¿Por qué me mirará con tanta repulsión y desconfianza alguien con quien sólo he intercambiado repetidamente dos cortas frases, "hola, tío" "adios, tío"? ¿Acaso son aquellas razones suficientes para despreciar a alguien?

Mientras los adultos ríen, los niños "juegan".

- Mi mamá dice que los monstruos no existen-

- Claro que si existen, Mariana. ¿Por qué crees que hay cruces por toda la casa? Es para alejarlos de nosotros- responde Tamara mientras mezcla en un balde una botella de detergente con una de suavizante- mi mamá me dijo que a los niños que no se portan bien les pasan cosas horribles, que los monstruos vienen por ellos en la noche y se los comen- la voz de Tamara es demasiado gruesa para la de una niña, pero cuando hace comentarios pasivo-agresivos, naturalmente le sale más chillona-  mi mamá dice.... que te van a llevar a ti, Daniel - aparta su mirada del balde para dejarla caer sobre mi al pronunciar mi nombre como una daga desafiante que abre una herida sangrante de palabras que según aquellos, un niño no debería pronunciar .

- Tu mamá es una est*pida- le respondo, la sangre me hierve en contra de ella y en contra de su asquerosa madre- al igual que tú, eres una est*pida, una idiota-

Las carcajadas de Mariana y el llanto de Tamara rebotan molestamente en las paredes de aquel lúgubre cuarto de lavado, mezcladas, como el detergente y el suavizante en el balde que sostienen las sudorosas y rechonchas manos de Tamara segundos antes de lanzármelo a la cara. El suavizante arde en mis ojos, el detergente lava la lengua con la que pronuncié aquellas impensables palabras.

- ¿Qué pasa? - se añade en la habitación una voz casi tan molesta como la de Tamara, es la voz de aquel adefesio que le sugirió a su hija insultarme previamente- ¡¡Dios!! Hija, ¿pero qué te paso? ¿Qué le hiciste a mi hija, Daniel?

- Ella empezó - interviene Mariana falta de aire por aquella risa que ahora queda vagando en el pasado ante un presente en el que se cometería una injusticia.

Soy llevado cual perro del cuello hasta la mesa de piedra en la que se me enjuiciaría por un crimen en defensa propia que mi lengua había cometido. No yo.

¿La corte? Una bola de adultos imparciales que deseaban incondicionalmente y a toda costa mi destierro. ¿Mi defensa?  Una única testigo silenciada por no cumplir con el requisito de edad para emitir una declaración válida. Y la palabra del acusado tan falto de credibilidad como aquel político que jura  velar por el interés de los gobernados.

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⏰ Última actualización: Dec 22, 2023 ⏰

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