Apagó la alarma del despertador apenas dos segundos después de que comenzara a sonar, salió de la cama con delicadeza y se dirigió al baño para arreglarse en silencio. Escogió un vestido azul con pequeñas flores blancas.
Descendió las escaleras, encendió la radio y comenzó a preparar el desayuno. Curiosamente, no recordaba lo que había preparado el día anterior, por lo que decidió hacer lo básico. Absorta en los alimentos, no notó que la música se había detenido hasta que escuchó el sonido de alguien correr una silla.
Con alegría, se volvió y se sentó junto a su esposo en la mesa para acompañarlo en su desayuno. Al terminar, él se levantó de su silla y ella imitó su gesto. De repente, él la tomó de las manos y la miró a los ojos. "Hoy no salgas de casa", le dijo con seriedad. Ella asintió y juntos caminaron hacia la puerta. Le entregó su abrigo y las llaves a su marido, este, antes de marcharse, la besó. "No te preocupes por limpiar el sótano. Lo haré yo cuando regrese", añadió.
Las ganas de preguntar por más detalles la estremecieron, pero mantuvo la boca cerrada y asintió con una sonrisa. Se despidió con la mano mientras él subía al coche y arrancaba.
Regresó a sus quehaceres tan pronto como cerró la puerta. Después de dejar la casa reluciente, se encaminó hacia la lavandería. Sin embargo, al pasar por la puerta del sótano, se detuvo. "No". Al regresar de la lavandería, volvió a detenerse inconscientemente frente al sótano. Agarró la perilla de la puerta, pero se reprimió.
A media tarde decidió que era hora de comenzar a preparar el almuerzo. Sacó su recetario de confianza y deslizó el dedo por el índice, tampoco recordaba lo que había cocinado el día anterior, optó por pasta.
La ropa estaba lista, y mientras la comida se cocinaba, fue a sacar las prendas de la lavadora. Nuevamente, se encontró con la puerta del sótano. Sin embargo, la ropa la esperaba.
La idea de preparar un pastel de manzana la llevó directo a la cocina sin ninguna parada. Diez minutos más tarde se encontraba con el delantal manchado de harina y un aroma dulce llenaba la habitación. Era el postre favorito de su esposo, lo adoraría y como había limpiado toda la casa... No toda, pero él dijo que no bajara. Una encrucijada comenzaba a hilarse en su cabeza. Dejó de entrelazar las tiras de masa del pastel y se limpió las manos.
Caminó lentamente hacia el sótano, miró el pomo de la puerta y lo giró con cuidado hasta toparse con el seguro. Buscó la llave en la mesita de la entrada, pero no estaba allí, tampoco la encontró en el perchero de la cocina. No estaba en ninguna parte. Regresó a la cocina, terminó de entrelazar la masa, luego precalentó el horno.
Recordó haberlas visto en un lugar inusual. Subió casi corriendo las escaleras y la encontró.
Volvió a la puerta, insertó la llave en la cerradura y giró retirando el seguro. Sin ese obstáculo bajó las escaleras con la poca luz que llegaba desde arriba. Al llegar al suelo, su cabeza golpeó contra un pequeño cordón que colgaba del techo. Lo tomó y tiró de él encendiendo un foco que titilaba.
La luz no era intensa, pero suficiente para iluminar la mesa, la pizarra de corcho en la pared y las herramientas esparcidas por el suelo. Caminó con precaución notando un bulto bajo una sábana blanca en la mesa. Estuvo a punto de retirarla, pero su atención se desvió hacia la pizarra llena de papeles. La caligrafía en ellos le resultó familiar. Leyó. "Dulce, Bonita, Delicada". "Carácter, Cocina, Sumisa".
También había fotografías suyas, algunas de ella sonriendo, otras cocinando, de su día a día y de sus noches; varias mostraban diferentes partes de su cuerpo. Su respiración se volvía cada vez más pesada. Retrocedió asustada, chocó con la mesa y tocó accidentalmente el extraño bulto saltando de la impresión.
Estaba a punto de volver a subir las escaleras, pero al poner un pie en el primer escalón, se dio la vuelta y tiró con todas sus fuerzas de la sábana. Las náuseas comenzaban a invadirla. Un cuerpo le regresaba la mirada, con los ojos bien abiertos y las pupilas dilatadas, con cables atravesando los intestinos y tornillos sujetando extremidades, uniformado con un vestido rosa desgarrado.
Los minutos transcurrían y ella seguía petrificada en el mismo lugar. "Te dije que no bajaras", la voz calmada de su esposo la advirtió, pero el golpe en su sien la dejó inconsciente en el suelo. "Supongo que aún queda mejorar la curiosidad", dijo él viéndola a sus pies.
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Curiosidad
Mystery / Thriller"Te dije que no bajaras", la voz calmada de su esposo la advirtió, pero el golpe en su sien la dejó inconsciente en el suelo. Cuento corto