Capítulo 1: Rojo como la nieve

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"Sí tuvieras que cargar con unas, cuantas, palabras escritas en tu alma ¿Cuáles crees que serían?"



—Eso es lo que decía la última carta, cada vez entiendo menos a este tipo. —confesó con resignación Enma.


—¿Eso fue lo que te dejó? ¿sin ningún "me gustas" o "te amo"? — preguntó ciertamente extrañada Susana.


—¡Exactamente como lo dices! ¿qué tiene de romántico esto?


—A mí me parece que se trata de un tipo profundo, uno que expresa amor a su manera. — Quiso reparar Susana quien, imbuida en su idealizado aspirar por las relaciones profundas, irradiaba admiración con la ilusión de su mirada.


—¡Pues que manera tan sobria de demostrar amor! Nunca pone cosas como "querida Enma" "mi dulce Enma", o "mi amada Enma" o por lo menos un ¡feliz navidad!; solo se limita a poner al final "para mi querida Soul Writter" ¿qué demonios es eso? — Refunfuño con desagrado Enma.


Hallándose solas bajo el resguardo de un techo considerablemente elevado, eran las cuatros paredes que componían con su juntar un aula de clases universitaria en el mes de diciembre, aquellas que salvaguardaban a la pareja de amigas del destiemple de la nieve del exterior. Cubiertas las numerosas ventanas por el borroso paño del frío compactado, nadie podría interrumpir, con un entrometido mirar de sospecha, la importante reunión que se gestaba bajo clandestinas aspiraciones de desarrollo: Enma y Susana corresponderían un asunto de chicas de máxima prioridad, pues, tendrían que determinar si se debería o no corresponder al enamorado secreto de las cartas.


—¡Enma!


—¿Qué pasa?


—Aún no te ha invitado a salir, ¿no es así?


—Sí, ese bastardo no lo ha hecho.—Reconoció con desprecio.


—Entonces, debes ser demasiado fea para él.


—¿Tengo que agradecerte por eso? —replicó sarcásticamente Enma, en descontento con lo admitido.


—Lo siento, pero, puede que sea la verdad. A los chicos no les suelen gustar las mujeres altas, y tú excedes el límite.


Levantándose con el apuro de la impulsividad, Emma quiso, con el inmediato acto de exhibir sus dimensiones corpóreas, deslegitimar la tajante afirmación de desprecio que había hecho su amiga. Impulsada a verbalizar su rebatir, Enma renegó:


—Mido solo 1.75, y soy una chica delgada, tengo un corte a la moda y encima soy buena conversando ¿crees que no le bastará?


—Dijiste delgada o... tal vez ¡¿insípida?!


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