Capítulo 7: Justicia por mano propia

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Moria se hallaba extrañada por aquel balbuceo que, acorde a la circunstancialidad de un hombre apegado a sus últimos delirios, podría, perfectamente, no significar nada más que un sustento temporal para asumir la carga de aceptar la propia muerte. Lucas, el Soul Writter que abiertamente se había incursionado en engañarla, prontamente se hallaría difunto frente a ella, por la autoría de su propio resentimiento. Matar a un ser humano, desgarrar una vida transeúnte, liquidar el prospecto de una historia a medio desarrollo; todos funcionaban como términos intercambiables para aludir a lo que prontamente acontecería, y ninguno, sin embargo, reduciría la angustia que creciente, empezaba a sentir respecto a la consideración de concebirse como asesina. Pese a todo, no había mucho que hacer para evitarlo; la herida fatal ya había sido ocasionada. 


Un segundo de duda había bastado en el pasado para que Lucas pudiese maniobrar con sus artimañas; poco menos que un gesto de indecisión, a la altura a la que se encontraba Moria, sería suficiente para cambiar su situación: no había cabida para el flaqueo, o de lo contrario, sus escasas posibilidades de sobrevivir podrían esfumarse. Pese a todo, contempló como la distorsión del abogado empezaba a decaer: los escritorios que la aprisionaban en contacto comenzaban a emblandecerse hasta el punto de ceder por cuenta propia, y sus piernas, estrujadas y desechas, recuperaban su volumen del sangriento revuelto de sesos dispersados, que, mágicamente, se rearmaban en la consistencia de la normalidad corpórea.


Mientras extrañada, la joven veía como su sentenciado estado parecía esfumarse como la ilusión de un sueño nocturno cercano a su culminación, el hombre que en reciente regocijo había aludido al poder inexplorado de la justicia, simplemente parecía perecer sobre el suelo. La gruesa cuchilla que, emergida de la piel de la joven, atravesaba el cuerpo del lacerado abogado, se mantenía rígida, inclusive cuando este parecía consumido por el desmayo. A los ojos de Moria, todo había acabado.


"La justicia prevalecerá"—se oyó un susurro sobre espacio que los comprendía.


La distendida expresión de una Moria acallada por la pesadez de haber escapado de su reciente perdición se enserió ante lo oído, pues la familiaridad de aquella fantasmagórica voz, la haría inconfundible. Entonces allí, volteando hacia el moribundo hombre para comprobar que su sospecha fuese verdad, se vio superada por una pasmosa fuerza emergente: la rigidez de su inquebrantable filo de ofensiva de empalamiento había sido rota, y con ello, sin verlo venir, halló a un hombre derrotado puesto de pie, observando el cielo con sospechoso detenimiento.


—¿En qué momento hiciste...? — Cuestionó Moria sobre la reanimación de Lucas.


—No necesito de tu debilidad para entender la justicia: ella es inquebrantable. —insistió Lucas sobre la supremacía de aquel principio sin dejar de mirar al cielo.


Intrigada por aquello que podía resultar indispensable para Lucas, Moria decidió observar hacia el punto hallado sobre la posición de ambos que parecía ensimismar a su adversario. Un vórtice de papeles se había empezado a formar sobre el aire, con un pequeño, pero perfectamente delimitado orificio de 1 metro de diámetro fungiendo como centro de aquel fenómeno. Si la determinación de Moria había hecho de sus pensamientos sin manejo una inquebrantable cuchilla de venganza ¿qué pasaría si su enemigo, experimentado en el incomprendido mundo de la manifestación de las aristas del alma, se determinase a crear, por propia voluntad y determinación, un ataque mortífero? Fue, gracias a la asimilación de sentido común de Moria sobre su aprieto, que entendió con claridad el por qué, naturalmente, la cuchilla que había creado había cedido ante la determinación de su adversario.

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