Todo comenzó al anochecer...
Después de más de un mes de asedio nuestros enemigos lograron rebasar nuestras defensas, derribaron nuestras almenas, destruyeron nuestras murallas, y entonces la masacre inició.
Los aullidos de la guerra inundaron las calles de nuestra fortaleza; los niños lloraban, sus madres imploraban piedad, pero los invasores no tuvieron misericordia alguna, todo aquel que cayera en la desdicha de ser alcanzado por sus miradas sería alcanzado por las hojas de sus espadas. Los escasos soldados que quedaban en pie para defender el bastión se encontraban en un estado lamentable, desnutridos, agotados, enfermos... ¿Qué resistencia podrían suponer contra estos poderosos caballeros? Ninguna, esa es la única respuesta, pero aún conociendo su trágico destino, los debilitados soldados lucharon hasta su último aliento, ya no solo por el reino donde crecieron y formaron su vida, sino por sus esposas, hijos, amigos, por todo aquello que les estaban arrebatando cruelmente con cada soldado que caía.
Se dice que después la tormenta llega la calma y tras la tempestad solo quedó silencio. Las casas que antaño estaban llenas de vida ahora no eran más que montones de ceniza y cadáveres calcinados. Las calles se tiñeron de rojo y el hedor en el ambiente sacudiría incluso el estomago del más rudo, pero la misión de los invasores no había terminado todavía...
Con pasos firmes y con ojos decididos se dirigieron al único edificio que había repelido sus ataques, el castillo del rey. Las catapultas destrozaron los improvisados puestos de defensa que los soldados supervivientes fabricaron en un acto desesperado para preservar la vida, más cualquier oposición a la invasión era inútil, los soldados enemigos tenían una misión clara; ninguna vida debería quedar tras su paso, sin sobrevivientes no puede haber ni un resurgimiento, ni una venganza, ni siquiera viviría alguien para guardarles rencor por sus actos.
Una vez aniquilada la primera línea de defensa lo único que se interponía entre los enemigos del reino y su majestad era un enorme portón de madera de roble y media docena de soldados junto al rey.
General enemigo: ¡Traed el ariete!
Un pequeño grupo de peones portando un pesado ariete cargó contra el imponente portón. Tres fueron los golpes que aquella puerta soportó ante el brutal ataque, pronto la sala se lleno con más de medio centenar de soldados enemigos que se detuvieron frente al rey y ante sus pocos soldados.
General enemigo (con tono burlón): Vaya vaya vaya ¿Qué es lo que ven mis ojos? ¿Acaso el gran rey del reino de Grimthor se encuentra en apuros?
Los ojos del monarca en ese momento solo reflejaban desprecio hacia aquel que masacró a sus habitantes y a sus soldados...
Rey de Grimthor: Después de toda la sangre que has osado derramar ¿todavía tienes el valor de enorgullecerte por tus crímenes? ¡Guardias!
Guardias: ¡Si nuestro rey!
Rey de Grimthor: ¡Si caemos que al menos sea con la cabeza bien alta!
Tras esas palabras los soldados enemigos se lanzaron al combate; los últimos guerreros del rey lucharon con honor y valentía hasta el mismísimo final, pero el destino de estos caballeros estaba escrito...
Y así fue como el que antaño fue el reino de Grimthor cayó ante las llamas de la guerra.
Continuará...
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El bastión olvidado
FantasyTras una intensa batalla en el último bastión de un reino cuyo nombre borró hace mucho el viento, el último de los caballeros encargado de defender las ruinas de lo que una vez fue su hogar pereció ante las fuerzas enemigas, más no sabe este caballe...