Lecciones en la Víspera de Navidad

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Era una mañana vibrante, la víspera de la Navidad, y los dos hermanos, Jorge y Julio Fernández, estaban a punto de sumergirse en experiencias inolvidables.

Julio, el niño vivaz e inquieto de 9 años, se unía a su madre Carolina en una frenética búsqueda de regalos de último minuto. El bullicio del centro comercial, repleto de gente y rebosante de energía navideña, no lograba disipar el aburrimiento que empezaba a nublar el ánimo de Julio.

—Julio, cariño, quédate cerca de mí. No te alejes —le advirtió Carolina, sus ojos examinando los estantes repletos.

Pero la tentación fue demasiado fuerte y, cediendo a un destello de intriga, Julio desobedeció las advertencias maternas. Se aventuró en la fascinante sección de videojuegos, donde las luces destellantes y el sonido embriagador lo envolvieron por completo. La mezcla de sonidos electrónicos y risas de otros niños creaba un universo paralelo que absorbía todos sus sentidos. Después de perderse en la emoción de probar algunos juegos, cuando decidió regresar con su madre, la realidad le golpeó con brutalidad: ella ya no estaba donde la había dejado. El pánico lo invadió.

—¡Mamá! ¿Dónde estás? —gritó Julio, su voz entrecortada por el miedo.

Sus lágrimas y gritos atrajeron la atención de una mujer de apariencia amable. Desesperado, narró su angustiante situación. El temblor en su voz y la humedad de sus mejillas evidenciaban el miedo palpable que lo embargaba.

—¿Te has perdido, cielo? Cuéntame cómo es tu mamá, y te ayudaré a encontrarla.

—Mi mamá es alta, tiene el pelo castaño y lleva una blusa roja de manga corta —mencionó Julio, tembloroso, mientras su mano se aferraba a la manga de la mujer en busca de consuelo.

—Oh, sí, la vi cerca de la puerta de salida. Sígueme, te llevaré hacia ella —aseguró la mujer.

No obstante, en el camino hacia la salida, Julio recordó las advertencias de su madre sobre los peligros de hablar con extraños, especialmente en esta época del año.

—¡No quiero salir contigo! ¡Quiero a mi mamá! —gritó Julio, angustiado, sus sollozos resonando en la atmósfera navideña.

—No te preocupes, tu mamá está afuera esperándote. Vamos, no llores —insistió la mujer, tratando de reconfortar al pequeño con una voz suave que se perdía entre el bullicio del centro comercial.

Julio, con temor palpable, empezó a llorar y gritar por ayuda. Los guardias, alertados por el tumulto, se aproximaron con sus pasos resonando en el suelo.

—¿Qué está pasando aquí? —inquirió uno de los guardias, mientras el sonido de la seguridad del centro comercial zumbaba en el fondo.

—¡Esta mujer intentaba llevarme afuera a la fuerza! ¡No quiero irme sin mi mamá! —explicó Julio entre sollozos, sus palabras entrecortadas por el miedo.

La mujer intentó defenderse, asegurando que solo quería ayudar a encontrar a la madre de Julio. Los guardias, dubitativos, decidieron darle el beneficio de la duda al niño.

—Nosotros nos encargaremos de esto. Puede irse —le dijo uno de los guardias a la mujer, mientras la seguridad del centro comercial mantenía su vigilancia.

Sin más opción, la mujer se retiró de inmediato. mientras tanto, los guardias lo condujeron a la sala de seguridad, donde las pantallas de las cámaras de vigilancia cubrían las paredes. A través de altavoces, se intentó localizar a su madre.

—"Carolina Fernández, su hijo Julio ha sido encontrado. Lo está esperando en la sala de seguridad".

Carolina, quien lo había buscado con desesperación en toda la tienda, corrió hacia la sala de seguridad. Con lágrimas en los ojos, abrazó a Julio, los latidos de su corazón reflejaban su sentimiento de alivio.

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