Cuento de hadas

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Pasaba sus días como los otros anteriores. Nada interesante como para plasmarlos en unas páginas de algún libro. Y sí, por más de que Viktor era un gran escritor de libros de fantasía, llenos de dramas y giros imprevistos, su vida era de lo más aburrida; cuanto menos.

En realidad, el ruso con nacionalidad estadounidense no se quejaba. Estaba muy a gusto con su vida -algo ermitaña- ¿Pero a quién no le gustaba su propia soledad? A Viktor le gustaba, se encontraba bien con ella. Cero quejas, cero dilemas.

De hecho, irse lejos de la ciudad y comprarse una humilde posada a pies de una alta montaña fue la principal de sus ideas. Claro que iba a estar perfecto ¡Volkov era su apellido! había que darle sentido. No muy lejos de donde ahora se hospedaba se encontraba un pequeño pueblo donde abundaban un poquito más las personas. Allí había tiendas de variedad; comida, flores campestres, artilugios, velas, etc.

Viktor jamás se presentó, ni siquiera a sus vecinos "cercanos", pero aún así, muchos lo reconocían y saludaban. No podría pasar desapercibido, claro estaba. No solo medía dos metros y algo, o portaba unos rasgos muy marcados que lo delataban como extranjero, sino que también, sus libros eran, lo suficientemente, populares como para que su nombre y rostro sean de renombre.

Irse lejos del bullicio y de la sociedad al mudarse a un lejano pueblo para estar solo, no fue la única de sus razones. Hace un tiempo escaseaba de inspiración, la cantidad de hojas que ha arrojado no lo catalogaba como una persona ecológica. Así que por el "bien de los árboles" decidió tomar nuevos aires. Pero no funcionó, casi un mes y no pasaba del primer párrafo. No hacía falta resaltar que se encontraba frustrado. Se suponía que escribir era lo que se le deba bien, y ahora ni eso podía hacer.

¡Lo lamento! — Perdió el hilo de sus pensamientos al tropezar. Viktor ni reaccionó, pero la persona con la que se había topado parecía algo perjudicada. — No fue mi intención, joven.

Los ojos azules, que casi se apreciaban sin vida por la capa grisácea sobre ellos, lo analizaron en silencio. La persona con la que se tropezó no era más que un señor de edad, a quien se le notaba la experiencia de la vida por cada una de sus arrugas, en el arduo trabajo en sus ajados dedos, y la sabiduría en sus largas canas.

— No se preocupe. — Dijo sin emoción alguna. Y a punto de retirarse, no pudo evitar soltar un último comentario. — Tenga cuidado a la próxima. — A Volkov le hubiera gustado decir que allí había acabado el espontáneo diálogo, pero este no fue el caso.

— Tome este libro como una disculpa. — Lo miró de arriba a abajo, tal como si el mayor de edad estuviera loco. Una de sus cejas se levantó ¿para qué querría él un libro de un desconocido? Peor aún, ¿por qué se lo ofrecía? apenas habían tropezado, no fue para tanto. — No hace falta, caballero...

El sonido característico de los grillos surcaba por sus oídos. Eran una de esas largas noches, donde, nuevamente, no podía plasmar letras en una miserable hoja. Y cuando lograba algo; termina odiándola y tirándola por alguna parte del helado suelo. Hostigado soltó un suspiro dejando a su espalda reposar, perezosamente, sobre la incómoda silla de madera. Llevo una mano a la altura de su rostro para conseguir masajear su frente, volviendo a suspirar por producto del estrés. Por un momento su mirada se perdió en el desordenado escritorio, pero poco importó el desorden cuando la cubierta carmesí de ese libro captó su atención.

Poco pudo hacer ante la insistencia de aquel señor, así que sin realmente quererlo -siendo prácticamente obligado- terminó con el libro entre sus manos, y por ende, en su escritorio donde fue dejado olvidado... hasta ahora.

Lo tomó entre sus manos, tal vez podría ayudarle a disipar su mente. Grata fue su sorpresa cuando notó que el libro no tenía título, ni siquiera en su lomo tenía letra escrita. No había nada con lo que reconocerla, tampoco existía nombre de escritor alguno. Con el ceño fruncido ante el desconcierto se decidió a echarle un vistazo rápido a las páginas -sin llegar a leer cada capítulo que lo componía-.

Cuento de hadas /Volkacio/ Proyecto VDonde viven las historias. Descúbrelo ahora