(I) La Carta Dorada

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Érase una vez, en un reino muy muy lejano vivía un Emperador y su Emperatriz muy felices. Fueron bendecidos con un apuesto bebé de cabellos rojos y ojos dorados.

Para celebrar su nacimiento y mostrarlo a sus súbditos, los reyes dieron un banquete en su honor. Todos los plebeyos, marqueses y sirvientes fueron invitados para presentar a la nueva estrella del Sol y la Luna. Todos fueron invitados, incluso las hadas de primavera, verano y otoño. Frente a todos, presentaron a su primogénita como Foxirita, la hermosa estrella del sol y la luna.

No podían revelar que su bebe era el futuro Emperador a causa de un maleficio creado por la mismísima hada de las nieves. Aquella mujer envidiosa creó un inquebrantable hechizo donde el primer príncipe, futuro rey de la corona, morirá bajo sus manos con el pinchazo de un copo de nieve en sus ojos.

Así el heredero de la corona pasó a ser futura Emperatriz. Y gracias a la ayuda de las hadas de las otras estaciones, lograron crear una excepción.

"Si el príncipe heredero llega a sobrevivir hasta sus 18 años, será digno de sostener la corona y gobernará con justicia hasta su lecho natural de muerte."

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Al noreste de este lejano reino se encontraba una ciudad próspera donde sus habitantes daban tributos al mar y a las criaturas. Ahí gobernaba una familia de marqueses con gran estabilidad y una enorme mansión; entre las habitaciones estaba un joven de cabellos morados leyendo un libro en su cama.

Su piel era una espesa crema de vainilla con un poco de fresa en sus nudillos y bajo dos gruesos aros de metal que sostenían cristales, estaban unos enormes ojos de frambuesa como los de un conejo albino en cautividad. Su físico decía por sí mismo el poco tiempo que pasaba fuera y más entre la literatura, siendo su favorita las de aventuras.

Unos golpes en la puerta sonorizan la habitación.

—      ¡Pasa! —incita para poder saber quién se encontraba del otro lado. Sin embargo, su atención se mantenía en las páginas.

Era el mayordomo. Un anciano de un excéntrico bigote y una mirada que siempre parecía juzgarte. Era sabido por todos el desagrado que tenía ante el joven que debía servir.

—      Joven amo, su padre requiere de su presencia.

Levantó la mirada algo confundido, guardando el libro con un marcador para no perder su lectura.

—      ¿Mi padre me busca?... Eso es muy extraño de él — se levantó para después acercarse al anciano.

Se sabía que no era de su agrado ni el suyo, pero fue quien lo cuido desde que era pequeño. No podía decirle que se fuera luego de tantos años al servicio.

—      Bueno, vamos — salió de la habitación antes que el mayor.

El estudio del marqués Fishron se encontraba en el corazón de la residencia. Dentro, se encontraba el hombre en su usual rutina de revisar cualquier cambio de sus propiedades y leer las cartas recibidas de sus más fieles contactos. En la esquina de su escritorio se encontraba una de estas dentro de una bandeja de oro y tapa de cristal con pequeñas piedras preciosas. Toda la habitación olía a tabaco con pino quemado. Un aroma usual de oler en toda la mansión, más que nada, cerca de las áreas que frecuentaba el marqués.

Escucha el toque en su puerta reconociendo de inmediato que debía ser uno de sus hijos. Eran los únicos que no anunciaban sus identidades, sólo esperaban del otro lado hasta que él les diera permiso en adentrarse a su oficina. Seguro era Bonnie por el toque tan débil como su propio cuerpo. 

Real Love: La princesa más fuerte y él.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora