Eros,
el gato blanco de mi vecina todas las mañanas se acercaba a mi
ventana y maullaba desesperadamente.
Los
primeros minutos intentaba taparme los oídos para seguir durmiendo.
Nunca me gustó madrugar. Por ese motivo intentaba con la almohada,
con el pelo, con los brazos, hasta llegué a usar trozos de algodón
pero el sonido de su llamado perforaba cualquier superficie.
Todas
las mañanas me daba por vencida de esas técnicas inútiles y optaba
por gritarle desde mi cama que se callara. Como tampoco resultaba, me
levantaba como podía, aun con los huesos dolidos de mi postura
rebuscada de sueño y abría la ventana, lo miraba y le decía que
por favor me deje dormir. Eros me miraba profundo y finalmente se
iba.
Hablo en pasado porque ya hace cuatro días que él, Eros,
el gato blanco de mi vecina no viene a casa por las mañanas y
tampoco por las tardes o noches. Hace cuatro días que su maullido
está ausente.