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Corre, corre.
Corre, corre.
No te detengas.
La voz que repetía esas palabras en mi cabeza era una de las únicas cosas que podía oír. Mi llanto de terror también lo oigo y los pasos detrás de mí, aunque no sé si esos últimos sean reales o sean producto de mi imaginación. Corro lo más rápido que puedo por el bosque, intentando quitar la hierba y plantas de mi camino con solo mis manos.
No sé a dónde voy, solo quiero que alguien me ayude.
Una gran luz provenía del fondo del bosque, corrí hacia ella creyendo que es mi salvación, pero lo único que encontré fue un desierto iluminado por la gran luz de la luna. Continúe corriendo lo más rápido que mis piernas me lo permitían, seguía escuchando a alguien venir detrás de mi, eso me hace sentir miedo y las ganas de huir se vuelven más grandes.
—No puedes huir, maldita mocosa —me aterre al oír su voz muy cerca de mi.
El aire comenzaba a hacerme falta, estoy agotada de tanto correr.
—¡Cuando te atrape verás! —busqué con la mirada alguien que pueda ayudarme.
Las lágrimas que se acumulan en mis ojos me impiden ver con claridad, pero estoy segura de que no hay nadie. Estaba llorando, desesperada. Sé que si me atrapa me golpeará mucho más fuerte que otras veces y me dejará en el suelo sin importarle si tengo alguna otra fractura.
Me volverá a encerrar.
—¡Vuelve ahora!
Mis pies se movieron con velocidad entre la arena, hasta tropecé conmigo misma y caí rodando por la extensa colina. Cuando dejé de girar intenté levantarme, pero mis piernas ya no podían seguir.
—¡Ahí estás! —me arrastré.
—¡Ayuda! —grité lo más alto que pude—. ¡Ayuda, por favor!
—Nadie vendrá a ayudarte —sentí su mano tomar mi tobillo y me arrastró por la arena.
—¡Suéltame! ¡Suéltame! —pedí llorando.
—Ahora volverás conmigo, ya verás el castigo que te espera —mi respiración se volvió más agitada, el miedo me inundó.
