Volver. Eso es lo que he vuelto a hacer por milésima vez en toda mi vida. He vuelto de nuevo a donde todo comenzó, a donde la alegría brotaba rápidamente a tu lado.
Me dirigía de nuevo a mi antigua casa, estaba pasando por las calles nevadas de Ostrava. El ambiente enfriaba mis pulmones, mientras que mi bufanda alrededor de mi cuello trataba de luchar contra el frío congelador de estas zonas de República Checa.
Miraba de vez en cuando a mi alrededor, recordando aquellos momentos en los que paseaba junto a mi querida abuela. Hasta que dirigí mi mirada a la panadería donde compraba los bollos favoritos de mi abuela…
Aparté mi mirada rápidamente, ya que mi mente empezó a inundarse de esos momentos felices, llenos de alegría y sin preocupaciones y sin enfermedades.
Aquellos pensamientos quemaban mi mente, haciendo que la única manera de desahogarme fueran que las lágrimas salieran de mis ojos. Las lágrimas comenzaron a recorrer mis heladas mejillas, haciendo que me quemen la piel. Cogí un poco de la bufanda y la arrimé a mis mejillas para limpiarlas rápidamente.
Seguí avanzando y llegué a aquel lugar, donde pasé la mayoría de mi vida…mi casa.
Saqué las frías llaves de uno de los bolsillos de mi abrigo y busqué la llave correcta. Al encontrar la llave, la acerqué a la cerradura e intenté abrir con un movimiento rápido y sencillo, pero no fue así. La madera de la puerta estaba congelada y la cerradura también, además de que hacía muchos años que nadie abría aquella puerta, lo que hacía que fuese un tanto más difícil de abrir.
Suspiré y traté de concentrar toda mi fuerza en mis manos. Puse mi mano en el marco de la puerta para tener mayor facilidad al momento de abrirla. Hice el movimiento con la llave para que la puerta se abriese, y con la fuerza concentrada en mis frías manos logré abrir la puerta en un movimiento muy brusco, haciendo que cayese al suelo por culpa de aquel movimiento.
—¡Mierda!— Murmuré para mis adentros, sintiendo mi espalda chocar fuertemente contra el suelo helado y nevado. Y tras aquel golpe, suspiré y cerré mis ojos mientras me puse las manos en mi cara, no podía creer lo estúpido que era incluso para abrir una puerta.
Agité mi cabeza y me senté en el suelo, mientras trataba de quitarme la nieve que cubría mi espalda y mis brazos, además de que me quité aquel gorro y lo agité para quitar toda la nieve.
—Que asco, está todo sucio…— Dije a mi mismo, mientras una mirada de asco alumbraba mi rostro. Me puse de nuevo el gorro y me levanté en un movimiento rápido, pero traté de no caerme, ya que él suelo estaba helado, y tampoco quería repetir la escena tan inútil que acababa de suceder.
Miré hacia delante, viendo la puerta abierta de par en par, mostrándome el interior de la casa, y una oleada de melancolía recorría todo mi ser. Miré aquellos muebles que estaban en la entrada de la casa, aquella pequeña alacena en la cual poníamos las llaves de casa, aquel mueble en el que posábamos los zapatos nada más entrar en la casa…
Y sin más, entré a la casa con un par de pasos grandes, haciendo que mis pies queden dentro del suelo de la casa. Nada más pisar en aquel suelo, se llenó de la nieve que traía pegada en la suela de los zapatos, y aquella mirada de asco y disgusto volvió a mi cara.
Con un movimiento lento y seguro me quité los zapatos y los dejé en aquel mueble en el cual yo también solía ponerlos. Me dí la vuelta y lo primero que ví fue mi rostro reflejado en el espejo que estaba encima de aquella pequeña alacena.
Noté mi pecho estremecerse ante la sensación de deja-vú que brindaba mi rostro en aquel espejo. Incluso lograba ver mi pequeño rostro en aquel espejo, mi pequeño rostro que tenía cuando me miraba al espejo cuando salía a la calle a jugar con la nieve justo como un día como este…
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𝚃𝚘𝚍𝚘 𝚙𝚘𝚛 𝚝í, 𝚊𝚋𝚞𝚎𝚕𝚒𝚝𝚊...
DiversosEsta historia trata sobre un chico, Clarence. Clarence siempre ha vivido en la casa de su madre, junto a su tía y a su abuela. Clarence siempre estuvo muy unido a su abuela, hacía CUALQUIER cosa por ella. Un día, Clarence leyó una carta que le esc...